Cuentos de Filemón Solo

martes, 20 de febrero de 2018

L A NOVIA DEL CAMINO


LA NOVIA DEL CAMINO
Este cuento está basado en hechos reales.

Venía yo muy atento a los “serruchos” del camino pues la F 100, dura como era, saltaba sobre el ripio mal mantenido desacomodándose peligrosamente en cada cuesta que se presentara.
Luego de pasar una pequeña trepada que circunvalaba a un montecito, la veo estratégicamente ubicada al borde de la ruta, allí donde por fuerza los conductores debían disminuir la velocidad de marcha.
Una figura surrealista, que parecía implantada en el desértico paisaje patagónico. Un ligero paneo visual de mi parte dio como resultado la inexistencia de cualquier edificio, construcción o cabaña que le pudiera servir de morada. Dentro del amplio radio de visión que el soleado día me brindara, solo se apreciaba la árida estepa.
No pude obtener un magro acuerdo entre las innumerables disociaciones que mi mente trataba inútilmente de unir, no hasta pasados unos cien metros del sitio donde ella se encontraba plantada. Ahora, a más de cincuenta años del hecho, aún no encuentro motivo por el cual detuve el vehículo.
Sin pensarlo, coloqué la reversa y me ubiqué frente a ella sin saber aún que decirle.
Extremadamente delgada, de unos veinticinco años de edad, evidente producto de una mezcla de razas, me miraba sin temor ni extrañeza alguna. Esa sorprendente muchacha ataviada con algo parecido a lo que había sido un blanco vestido de novia, abrió la puerta de la chata y, muy contundentemente me dijo, -Por lo menor, son cincuenta pesos- (bueno, que en realidad no fueron esos los términos empleados, los he cambiado sin modificar su significado), “Cincuenta pesos”, imposible transpolarlos a los valores de hoy día, pero en ese momento me sonó a muy poco dinero.
Mientras, finalmente, comprendía la razón de su permanencia detrás del monte, recordé fugazmente a mi hermosa novia, quién me aguardaba muy lejos de allí, y me invadió una profunda pena por este ser desvalido que se prostituía para subsistir malamente.
Yo me había detenido, y no por curiosidad, ahora no podía renunciar al papel que, supuse, desde algún lado se me estaba sugiriendo.
Puse mi mano en el bolsillo, saqué cien pesos y se los entregué. Antes de saludarla y marcharme, ella ya se había ubicado junto a mí en el asiento, y yo, por mi cuenta, algo alarmado, pensé que mi gesto no le ayudaría, y puede que sirviera, si, pero para todo lo contrario de lo que fuera mi intención.
Su propósito era cumplir con el trato tácitamente ya establecido entre ambos al recibir ella mi dinero.
Nunca pude entablar una comunicación, no obstante accedió a mi propuesta de llevarla hasta el pueblo, ya no podía dejarla allí sola tal y como si yo no hubiera nunca pasado, y afortunadamente entendió que no esperaba prestación alguna a cambio del dinero entregado.
Durante las dos horas que nos demandó llegar a destino, creo haber comprendido que su nombre era algo parecido a Tilma, que allí, donde la hubiera recogido, era su “parada”. Al parecer ahí mismo hacia contacto, y en caso que debiera “trabajar” dentro de algún vehículo en marcha, algo que la alejaría de su lugar, siempre habría un ocasional cliente que transitara en sentido inverso devolviéndola a su sitio. Debo confesar que gran parte de lo recién expuesto pudiera, dadas las circunstancias, ser meramente producto de mi interpretación.
Ante mi ignorancia y su silencio, comencé a planificar mi próximo paso. No me parecía correcto abandonarla en una población lejana a su “parada”, mismo sitio del cual yo la hubiera sacado, para desprenderme de ella en un lugar que quizá le resultara hostil o desconocido, finalmente decidí buscar apoyo en mi gran amigo, compañero de estudios, que era poseedor de un campo cercano y un comercio en la calle principal del poblado, tipo franco y honrado y a quién siempre visitaba en cada ocasión que por allí pasaba, pero eso sería mañana, hoy debía arreglármelas solo.
Sin permitirme dudarlo entramos los dos al hotel, cada cual con sus correspondientes temores, y manteniendo prudentemente a mi acompañante a cierta distancia, pues su aspecto era, como poco, inexplicable. La mirada de la joven detrás del mostrador de recepción, no auguraba nada bueno, pero, siendo uno un humano del común, guarda cierto conocimiento sobre la conducta de sus semejantes; exprofeso había estacionado la chata, último modelo, justo en la puerta del establecimiento y, quién diría, eso me ayudó en el primer contacto con la recepcionista.
Tras un intento de cómplice acercamiento, le endilgué un escueto “después te explico”,  en tanto le solicitaba dos habitaciones separadas y con baño privado. La empleada no podía sacar la vista de la “anómala” figura que le seguía con la vista baja camino a los cuartos.
No bien ingresada a la habitación, con voz autoritaria le dije, en realidad le ordené, que se sentara en la infaltable silla allí ubicada, advirtiéndole que no tocara nada y que volvería en unos minutos.
En un muy alterado uso de todo mi ingenio, y acodado sobre el mostrador de recepción realicé una alocución lo más parecida a un relato algo, solo algo, verosímil con destino a nuestra anfitriona. Esto, junto a algunos billetes, nos permitió la permanencia en el establecimiento, pero solo por dos noches. Sorteado el primer obstáculo, ahora seguía el más complicado trámite del día, alguien quién me proveyera de ropa, artículos de tocador, y demás elementos necesarios para realizar un pase mágico, haciendo que Tilma se pareciera un poco, solo lo suficiente, a nosotros, quiénes podríamos transitar por la calle sin provocar la curiosidad de nadie.
Ya la palabra en mi boca estaba por solicitar a la recepcionista la indispensable ayuda para proveernos de estos elementos, cuando caí en cuenta que antes de vestirla debería ella pasar por un minucioso proceso de higiene. Se me ocurrió que quizá no sabría cómo manejar una ducha, qué hacer con el champú, darle buen uso a las toallas y, bueno todo aquello que por mi sola cuenta imaginaba necesario. Totalmente desconcertado, ahora sí, le presenté a la muchacha ya extrañada por mi silencio, este cúmulo de situaciones imposibles de vaticinar con antelación.
¡Cómo hubiera necesitado a Gerardo, mi buen amigo, al que, con suerte, vería recién en el día de mañana!
Lejos de amedrentarse, la joven, tal vez pensando en la abundante retribución a la que me vería obligado, me presentó un plan para aventar todos estos imponderables ante los que me encontraba.
Ella le pediría a la mucama del hotel, quién como enfermera de medio turno el hospital regional no le hacía asco a nada, que se ocupara del necesario baño, vigilando el correcto aseo de su encomendada, y ella misma, ya pronta para abandonar su diaria labor, se ofreció a reservar en la tienda del pueblo, y a mi nombre, la vestimenta adecuada según su mejor criterio.
Más tarde, terminados ya los preparativos en marras, salimos a comer algo sencillo en el más absoluto silencio, luego y resoplando, finalmente entré en mi cuarto, me duché, y quedé a disposición de los disparatados sueños quienes me persiguieron durante toda la noche.
Me levanté de madrugada, y sin desayunar siquiera me apersoné en el comercio de Gerardo. Sabiendo de antemano que mi amigo pasaba por allí todas las mañanas. Tres horas más tarde, tuve la dicha de verlo, luego de unirnos en un cálido abrazo, le adelanté que estaba en una seria contingencia que debía compartir con él y pedirle su apoyo.
En tanto yo, convertido en emocional narrador de cafetería, exponía la situación, el alegre rostro de Gerardo adquirió un rictus de duda y lejanía que me dejó algo extrañado. Por mi lado, pretendí no haber notado nada, aunque quizá no deseaba saberlo, y esperé ansioso lo que me habría de plantear como consejo, opinión o, al menos algún paliativo al problema en que había metido.
Gerardo, quién parecía saber algo que no deseaba decir, esa misma tarde montó en su vehículo a Tilma y, tal me lo dijera, se la llevó a su chacra con la pretensión de ofrecerle un trabajo en la casona. Seguramente la señora que allí trabajaba, nativa de un villorrio no muy lejano, sabría cómo comunicarse con ella.
Enormemente agradecido, abracé a mi amigo y, pese a que se acercaba el atardecer partí profundamente aliviado hacia mi próximo destino.
La creciente distancia que con cada kilómetro me iba alejando del lugar donde fuera esta extraña aventura, no podía apartar sus capítulos de mí mente. Ni en esos momentos ni más tarde cuando, ya en mi hogar, se sumó la duda sobre el resultado de ellos.
Desde ese momento se presentó el ansia, la necesidad de conocer cómo se desarrollaron los acontecimientos luego de mi partida.
No sin algo de vergüenza por haber cargado sobre sus espaldas el producto de mis actos, finalmente le envié un correo (postal, claro) a Gerardo comentando sobre algunos hechos en las vidas de amigos en común, sobre los temas de su explotación, y hasta sobre el clima reinante, y así, como si nada la cosa, llegué suavemente al punto que me interesara realmente: Tilma.
Jamás en las vidas he de olvidar la respuesta de Gerardo.
El obligado envío de saludos, buenos deseos para mí y la familia y luego un: “Querido amigo el precio de la lana este año…Sobre Tilma, que no es ese su auténtico nombre, debo informante que a los dos días de ese momento en que la llevara al campo decidió partir en la noche, sin aviso previo, y en el más absoluto silencio.
A ver viejo, siempre fuiste el tipo que aplica su personal ecuación, primer factor: la emoción, luego, la emoción, finalmente suma el razonamiento inteligente, y el resultado es muy bueno, pero durante el tiempo en el que se desarrolla el cálculo estás parado sobre un solo pie.
Nadie tiene el derecho, aún con las más excelsas intenciones, a modificar la vida de ningún semejante. Solo el interesado puede, y debe, hacerlo, tomando toda la ayuda posible, eso es cierto, pero solo la ayuda que le indique su exclusivo criterio, y no un cierto forcejeo en la línea de su comportamiento.
Sobre esto debo agregar que en el lugar que me describieras estaba “tu Tilma”, estacionada en el sitio de costumbre, luciendo su harapiento vestido de novia en la banquina del camino, cuando por allí pasé hace ya unos quince días, momento en el qué debí salir a la ruta en busca de las vacunas para el ganado, medicamentos que se habían retrasado en su llegada al pueblo.
Lo lamento viejo, la realidad te ha sacado el crédito que conllevaba esa supuesta buena acción de tu parte, pero seguramente también te ha aportado una nueva experiencia, y en busca de ellas andamos por la vida.

Esperando tu pronta visita, saluda con todo afecto, tu amigo Gerardo.

                                                                  Filemón Solo

 


jueves, 27 de julio de 2017

AMISTAD

AAntes de entrar en el tema propuesto debo excusarme por presentar en esta narración una relación entre humanos que, según creo, no existe. Pues bien, es  esto solo una licencia que me he tomado, y según veo no será la última, y sospecho que tampoco hubo sido la primera, pues aquí no se descarta ninguna creencia, aunque no sea compartida por el autor
                                                                      
La primera aproximación se produjo en el fenecido grado escolar, que fuera denominado “superior”, hoy segundo grado, de la escuela Juan B. Peña, conocida entre el alumnado y vecinos de esa zona del barrio de Flores, como “El colegio de Trelles”, calle sobre la que se hallaba su entrada principal. A pocos días de comenzadas las clases, cuando todos los niños se encontraban disfrutando de sus juegos en el recreo, de pronto Jaime deja de participar y se lo pude ver corriendo desesperadamente en auxilio de un compañero de aula que se encontraba recibiendo una antojadiza paliza por parte de dos de los alumnos más altos y fuertes. Los abusadores, quizá asuntados por los gritos de Jaime que se acercaba a toda carrera, abandonaron su presa partiendo, muy probablemente, en busca de algún solitario pequeño para desatar esa intrínseca crueldad, esa que algunos niños traen a este mundo de vaya a saber uno donde.
Transcurría el cuarto día de clases, con el aporte de muchos compañeritos nuevos, aún no se conocían entre sí ni habían intimado debidamente. Jaime nunca supo qué lo impulsó a prestar ayuda a ese ignoto chico asustado y lloroso, él, un niño tranquilo y muy capaz de pasar desapercibido dentro del aula, había cometido un inusual acto de arrojo. Proceder este que le proporcionaría un incondicional amigo para el resto de su vida.
En tanto Ricardo, cubierto el rostro con sus brazos, solo comprendió lo ocurrido, cuando Jaime le brindó un pañuelo para enjugar sus lágrimas. No por la magnitud del hecho en sí, sino por la sorpresa ante la actitud de ese niño desconocido que vino en su auxilio, Ricardo supo que había encontrado un amigo para el resto de su vida
De ahí en adelante jamás se separarían unidos por una amistad casi patológica.
Favorecidos por la afinidad que se había creado entre sus madres, se veían casi a diario para dar cumplimiento a sus deberes (que lo de “tarea para el hogar” vendría mucho después), jugar en casa de Jaime, o en el enrejado balcón de Ricardo.
Así continuaron su estrecho contacto en el colegio de estudios secundarios, y en razón de sus horarios y exigencias se vieron obligados a guardar una mayor distancia entre sus encuentros.
Jaime cursaba sus estudios en el Colegio Industrial Otto Krause, en tanto que Ricardo lo hacía en el Comercial Hipólito Vieytes. Fue en este tiempo cuando, entre rabonas, y encuentros programados, se instituyó para siempre la costumbre de compartir una charla sentados a la misma mesa del mismo café.

Con sendos fracasos universitarios, Jaime pasó a trabajar con su padre en el comercio de artículos plásticos, en tanto Ricardo comenzó humildemente lo que sería una exitosa carrera dentro de una empresa multinacional.

Todos los viernes los encuentros en la mesa del café, siempre entre semanas el cruce de alguna llamada telefónica. Cada vez más cercanos no tenían secretos, así como uno no “debiera” tenerlos con su terapeuta, y para ellos no era sino eso, una excelente terapia de intercambio. Esto, sin duda, les ayudó a contar con un drenaje extra para sus sinsabores y disfrutar más sus alegrías
Ricardo se casó a los veintitrés años, aún muy joven y totalmente enamorado, en tanto la independencia de Jaime lo llevó por otros caminos, saltando de novia en novia, prefería aún más lo qué hoy denominaríamos como un Touch and Go.

Tontas aventuras, encuentros de tenis, las escapadas del trabajo para amigables competencias de tiro, confidencias, juicios varios sobre el público femenino que a la sazón transitara frente a la ventana del boliche, se convirtieron en los obligados temas de cada semana.

Sobre la misma mesa de ese café se volcaba todo el acontecer de los siete días de la semana por quienes, desde ya hacía décadas, venían puntualmente a tomar sus posiciones frente a frente, y frente a uno, dos o tres, humeantes pocillos de café.

Ya no eran los que antes fueran, nadie lo es, ahora con penas y poca gloria, no fueron sorprendidos por la vejes, la vieron venir, como veían venir a alguna belleza femenina, aunque en el caso no por el ventanal, sino por sus limitaciones y achaques, que respondieran fielmente a lo que indicara el calendario.
Siempre aquello que perdemos para siempre nos produce algún sentimiento que salta a poseernos: ira, incomprensión, añoranza, y muchos más de ellos a padecer, hasta la llegada de la resignación, acompañada de la tristeza de la ya asumida impotencia.

Puede que exista la eternidad, pero a Ricardo eso no lo conformaba. Su compañera de cincuenta años de matrimonio había dejado éste presente en medio de horribles sufrimientos. Solo la compañía de su buen amigo lo confortaba en algo; solo gotas de agua en el desierto, pero de no tenerlas hubiera enloquecido.
Ricardo tenía dos hijos, hombres de más de cuarenta años que vivían en el exterior del país y tenían su propia familia por la que afanarse.
Un viaje una vez al año para ver al viejo y las llamadas mensuales. Eso era todo.

Terrible costumbre la de esta cultura habituada a mirar siempre hacia adelante, poco hacia atrás, lugar olvidado, donde, a poco de buscar, encontrarían esa sabiduría escondida por pudor bajo un manto de senilidad. Pareciera que el anciano tiene algo así como una obligación de callar y no padecer ningún mal y, claro está, la de morirse rápido y sin ocasionar molestias.
La soledad de Ricardo se tornó insoportable, sobrevivía angustiado y decadente. Su corazón no soportó el mal trato y se hizo presente con una enfermedad coronaria con  futuro reservado.

Jaime, acostumbrado desde hacía muchos años a vivir solo, y pese a su pasado de hombre independiente y mujeriego, desde tiempo a sentía una gran soledad. La tristeza de haber dejado pasar a aquella que hubiera sido el amor de su vida a causa de su maldita infidelidad, lo mantenía acorralado contra la pared del arrepentimiento, inútilmente como suele serlo. Su salud acusaba los desarreglos y sufría problemas gástricos que, aunque él les restara importancia, lo mantenían muy delgado y con cierta aprehensión al momento de sentarse a la mesa para ingerir algún alimento. Por otro lado en nada le ayudaba el dolor de su amigo, por el cual había vertido más de una lágrima.
He ahí el estado de ambos, cuando Jaime trajo dentro a la escasa información de esos días, su diagnóstico médico; se le había encontrado un tumor maligno en el estómago. Quimioterapia, cuidados, e internación para recibir aquellos. Obvio pronóstico porcentual, ochenta sobre veinte en un por ciento cuasi definitivo.

Jaime y Ricardo lo estudiaron a diario durante un mes, lapso durante el cual Jaime acusaba una notoria desmejora, y Ricardo no le iba en zaga con sus frecuentes arritmias.

Bueno, que acordaron dejar esta vida en busca de algo mejor. Sí, ambos habían leído sobre lo inconveniente de este proceder y sus riesgos, que no debía ser una actitud a considerar, que ese comportamiento no era compatible con las enseñanzas de ninguna creencia religiosa, y demás, pero ellos decidieron no permitir que una voluntad ajena les inmolara en medio de un gran sufrimiento poco después.

No había mucho más tiempo para pensarlo o entrarían en esa espantosa etapa donde los médicos los mantendrían con vida a cualquier costo. ¡Ridículo! Una sobre vida de paulatina agonía. No, ya estaba decidido.
El lugar, el departamento de Ricardo. Guardaban aún las armas con las que compitieran en tiempos ya lejanos.
Cada uno pondría el cañón sobre la frente del otro, y a una señal dispararían al unísono, copia barata en papel madera, facsímil del manoseado, cuanto irreal, dicho, de “amigos hasta la muerte”. Sí que lo harían, en una demostración del libre albedrio.
Sentados en los cómodos sillones de la casa de Ricardo, degustaban un añejo whisky escoses que Jaime guardara en previsión de algún acontecimiento que lo mereciera. Gustoso, el paladar de Jaime recibía la espléndida bebida, pero cada sorbo era abonado con una intensa puñalada que se le clavaba en su deteriorado estómago. Ricardo lo miraba con afecto y compasión, ese afecto y esa compasión que no se puede cuantificar, y que brota desde algún lugar secreto del ser, demostrando nuestra incuestionable hermandad.

Los vecinos escucharon dos disparos con un segundo de diferencia.

Cuando las autoridades forzaron la puerta, se encontraron con un cuadro espantoso. Dos ancianos muertos tirados sobre el ensangrentado tapete del living.  

Uno de ellos mostraba un disparo en la frente y su arma con la carga completa, el tanto el otro, con un disparo en la cien, su arma exponía la falta de dos proyectiles en el cargador.

La deuda contraída en el recreo de “primero superior” había sido saldada.

                                                        Filemón Solo



sábado, 10 de enero de 2015

A LA SALIDA DEL COLEGIO


A LA SALIDA DEL COLEGIO 

Calor bochornoso en la calle, una mente llena de pensamientos confusos, mientras, y sin saber el motivo, deambulaba solitario por el barrio.
Alertado por el bullicio producido por los niños al retirarse de la escuela, observó la hora en su reloj de pulso y pensó que en caso de darse prisa aún podría encontrar a su hijita para la salida del colegio.
Solo faltaban dos cuadras para llegar al vetusto edificio religioso. Apurando el paso, reflexionaba sobre la gris frialdad de esos muros albergando tantas pequeñas vidas cubiertas por patéticos uniformes que despersonalizaban su individualidad. Indudable esfuerzo el de los pequeños para comenzar cada día en medio de un trato que semejaba al gris de las paredes, dentro de un aula fría o apenas entibiada por un sistema de calefacción deficiente.
Paredes grises por dentro, por fuera, y una mayor confusión en su ánimo, lo llevaron hasta el portón de ingreso y el consiguiente bullicioso semillero de niñas saliendo del claustro. Al no ver entre ellas a su hijita, decidió consultar con la hermana portera, quién vigilara este desorden desde una cara adusta de dura mirada.
-¿A quién busca?, no conozco a ninguna alumna con ese nombre-, sentenció la hermana intentando una precautoria retirada hacia el interior.
Los sentimientos afloraron espontáneos, tal siempre lo hacen, ora como temor ante la falta de su hija, ora como una incipiente ira ante el impersonal trato que su interlocutora le brindara, quién, ya con el paso cortado, se sostenía segura en su primera afirmación. Ella nada sabía sobre esa niña.
Desoyendo advertencias y amenazas ascendió a la secretaría del colegio. El desesperado padre insistía, ya fuera de sus cabales, en hablar con la madre superiora para exigirle una explicación sobre esta vergonzosa confusión y la inmediata entrega de su hija.
Ante el griterío reinante, la puerta de la sala de profesores dio paso a la curiosidad en la persona de los docentes allí reunidos. Nadie conocía a la reclamada niña, y aún menos su paradero.
Una joven profesora, dando muestras de gran valentía, se adelantó encarando con una sonrisa al desquiciado padre. Estrechando su mano lo llamó por su nombre y afirmó conocer a su hija, había sido su compañera de aula y egresaron juntas hacía…dieciocho años.
Calor bochornoso en la calle donde un hombre solitario arrastra sus pies, en tanto un profundo llanto le brota de un corazón ya cansado de latir.                                           
                                                     
                                                                        Filemón Solo





















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martes, 30 de octubre de 2012

PASOS


Con la gran dificultad que implica el presentarse a uno mismo, debo recomendar este ¿cuento extenso?, ¿novela corta?; no importa. Y decía que “debo”, en razón de la gran cantidad de mensajes y enseñanzas que el texto contiene. Si bien no corresponde atribuirme cualquier mérito que ello implique, tampoco me sentiría cómodo en el papel de un inspirado escriba, capaz de escuchar lo qué alguna consciencia superior le sopla al oído. Por tanto, ruego a mis lectores tomen esta obra solo como un aporte de origen incierto, aunque puntualmente dirigida a cada uno, en forma particular e intencionada.

                                                                       Filemón Solo

Prólogo

 

Cada paso es un porcentaje del camino que se ha recorrido, es la expresión de un deseo que motiva a una voluntad en descanso a realizar la correspondiente acción. Es, por consiguiente, la decisión de hacerlo, el esfuerzo de acercarse a una meta. Digamos que un paso es la metafórica unidad de medida mediante la cual un anhelo se aproxima a su logro. Independientemente de la lejanía del mismo y de su posibilidad de obtención. Y, aunque uno repita con exactitud un tranco dado, será en otro tiempo y con distinto suelo.

Así cada hombre camina con sus propios pasos siguiendo una ruta prefijada en busca del sitio de destino donde pasar la noche, o, si en ella, donde ver clarear el día. Un simple techo bajo el cual cobijarse bien puede ser la única motivación del andar de ese día.

Cierto es que tanto la vida como los relatos suelen tener un comienzo algo vacilante. Y el hombre, ya en su papel de lector, o de protagonista de su propia historia, es por naturaleza un buscador de finales. Se regodea en el pensamiento de encontrar en cualquiera de ambos casos algo que exceda a su imaginación. Algo imprevistamente grato que le sorprenda a vuelta de página, o del camino, y esta reverberación de los ecos de su esquiva memoria de eternidad, serán el combustible que lo impulse a continuar caminando, o leyendo.

Placentero o alarmante, sospechado o asombroso, siempre hay algo más.

_______

 

 

A lo lejos se acerca un jinete dejando que la brisa haga suya la leve polvareda levantada al paso del mestizo jamelgo que lo transporta. ¿Cuales serán los pensamientos de ese hombre elevado desde el suelo por la altura su montura? Es un ser muy similar, semejante, ese es el término, semejante a millones de “parecidos” que habitan el mundo. Parecido a los semejantes ya “desaparecidos”; y así eternamente. Vienen, están y luego desparecen. Tal como este equivalente, que en unos momentos se alejará trotando su vida.

Su proceder es absolutamente predecible, y según esa predicción se comporta. Observa a hurtadillas al barbado y decadente congénere, que transita por la banquina del camino vecinal, con esporádicas y rápidas miradas que revelan cierto vago temor frente a lo distinto. El individuo que está a la mira es una advertencia que surge presente como una no deseada alternativa de futuro.

 

En otros tiempos esto fue lo más doloroso, el temor, la repugnancia y el rechazo producido ante la gente coherentemente socializada.

Uno se convierte en el arquetipo del fracaso o de la negación ante un sistema del que, por una u otra causa se ha marginado, blandiendo a diestra y siniestra sus atemorizantes símbolos: la miseria, la resignación y la soledad. Mismos que ostentan los oscuros fantasmas que aúllan por los pasillos del frágil castillo que cada ego ha sabido construirse. Pero hay más, y es la sospecha de la locura. Solo la enajenación puede llevar a alguien a la elección de este tipo de existencia. Sin un hogar firmemente plantado al suelo, familia, trabajo y consecuentes ingresos que le permitan sustentar  los primeros.

Es comprensible. El haberlos vivido le permite a uno entender estos sentimientos que, el solo aspecto físico, despierta en las mentes sistematizadas por un modelo compuesto por más limitaciones que posibilidades. Al fin y al cabo cada cual es  producto de sus decisiones, pero fundamentalmente de sus aceptaciones.

Las primeras genuflexiones se producen ante una “educación” atrofiada dentro de sus propios contornos, que involuciona al no desarrollarse, aceptando el perímetro circular de una voluntaria inercia decadente.

Un sabio maestro hindú afirmó que “La verdadera educación es aquella que conduce a la liberación”. Uno, mero observador, concluye que: la enseñanza obligatoria que un ocasional poder proporciona o reglamenta, por no ser obviamente factor de liberación, no es educación, y, dado que no libera, solo puede restringir. Y de hecho así lo hace, limitando el intento subjetivo con la falacia de inexistentes fronteras o, lo que es aún peor, omitiendo verdades que ya han trascendido la teoría. Trasfundiendo, de esta manera, una intencional horizontalidad racional en el torrente evolutivo de cada generación.

Nadie puede entregar aquello de lo cual carece. El conocimiento no es excepción.

 

Otro paso, seguido de otro, y así, luego de un escape hacia el sueño nocturno; sobre el improvisado lecho de cartón donado por una caja desarmada, y bajo el tinglado protector de un abandonado taller de reparación de neumáticos, la marcha continúa. Nada digno de recordar, con la sola excepción de la gélida pero vivificante higiene realizada, casi subrepticiamente, en los fondos de la estación de expendio de combustible. Lugar donde una de esas excepciones al usual comportamiento humano, otorgara el permiso de uso del deposito de agua destinado al lavado de los vehículos; no obstante el riesgo de provocar el enojo del propietario del comercio.                                                                      

 

Buena es la compañía que eligiéndolo a uno, no lo hace sopesando interés alguno. Siendo que su expresión silenciosa manifiesta cierta pura atracción con un espontáneo seguimiento.

Los perros, en mayor medida que otros animales, pueden lo que formas más evolucionadas han olvidado. Prescindiendo de la reacción de cualquier preconcepto alertado por meras situaciones estéticas, y obviada la desconfianza que de estas pudieran derivar, estos seres parecieran reconocer la intención que a uno anima, sintiéndose atraídos por cierta armoniosa emisión de onda generada por la persona en su cercanía. De igual manera que reaccionarían con agresividad o indiferencia ante la discordancia que en ella pudieran percibir.

Bueno, el hombre que ha extraviado el buen uso de su razón, generalmente encuentra parecidas facultades.

 

¡Que raza tan compleja la nuestra! La demencia cierra las posibilidades del dominio racionalmente civilizado de la mente, abriendo, no obstante, la percepción a campos que a la usual cordura le están negados.

 

Veamos, hace ya unos cinco. Sí, cinco años de aquel rápido transito entre el  viejo calabozo de una comisaría de pueblo con aires de ciudad, y el aún más antiguo hospicio al que por mérito de un muy aplicado juez, (con la necesaria anuencia médica) fuéramos a parar juntamente con aquel pobre mudo que, por medio de una exagerada gesticulación, solo trataba de expresarse.

No debe uno descuidarse un solo instante. Pues hay recuerdos que no son bienvenidos, ya que cuando lo hacen toman el mando y los pensamientos echan vuelo sin carta de navegación. Se debe ser muy cuidadoso, no obstante no es tanto el tenor del pensamiento del que hay que precaverse, sino más bien de la intención y la emoción que lo acompañan. Estas son las que realmente lo califican y lo hacen peligroso o conducente; tanto para su gestor como para el universo en general, el cual se verá afectado en algún grado por esta emisión de onda. Por tanto pareciera que puede uno, sin de esto realizar abuso, permitirse imaginar o recordar contextos sombríos o alarmantes, siempre y cuando no vaya en ello el sentimiento o el temor de origen. Emociones que los pueden plasmar en realidad o reactivarlos, según el caso.

Disecar prolijamente cualquier sentimiento, extrayéndolo totalmente de su contexto, asegura el análisis más seguro de un recuerdo. Y este recuerdo se remite puntualmente a la relación obtenida en la alternancia con algunos internados. Ese contacto que disparó la antipatía de casi todos los psiquiatras, psicólogos y otros “intentólogos” que allí ejercían sus dotes curativas. Fue para ellos algo parecido a una revelación. Revelación que, a excepción de una joven médica, lejos de iluminarlos en su oscuridad, solo los encandiló por unos breves momentos, volviendo rápidamente a la segura penumbra de sus postulados académicos.

Es que aquellos enfermos, juzgados culpables de las más espantosas dolencias, purgaban condena por ese delito con fallo inapelable de incurables; etiquetados prolijamente según su diagnóstico.

Los infelices, aún dentro de su locura o quizá a causa de esta, al igual que los perros, podían sentir si lo que se les acercaba bajo forma humana, era una mente prejuiciosa observando su sintomatología, o un corazón deseoso de un piadoso contacto con el igual alojado en su pecho.

“No es el corazón el que puede perder una cordura que no usa ni necesita, sino la razón en la estreches de su racionalidad”.

Con insegura mano un interno había garabateado su filosofía hecha graffiti en uno de los muros: “La soledad que me acompaña no exige la prescindencia humana. Por el contrario se halla poblada de almas, con o sin cuerpo. En tanto solo renuncia, por improcedente, al contacto de cuerpos alejados de sus almas”.

¿Debe estar el hombre demente para apreciar lo que fácilmente percibe un animal normal?

 

El casi destruido galpón del cruce y un lecho de aromática paja del campo, las estrellas estampadas sobre oscuro fondo parchando el faltante del techado. El croar de las ranas, el requerimiento sonoro de los grillos, silentes murciélagos y expectantes búhos. Solo dos motivaciones para este entorno: sexo y alimento. Sencillo y elemental, los axiomas básicos de la naturaleza. Luego, luego la cosa se complica con la necesaria aplicación de lo subjetivo.

Lo terrible es que nunca se deja totalmente de ser algo cuando uno decide, cargado de taras, avanzar hacia el próximo estado evolutivo.

Es imposible vivir sin elegir. Decidir es solo elegir, y el hecho de vivir implica la elección de así hacerlo. Los congéneres parecen creer que un cósmico azar secuencia los acontecimientos sin su intervención. Algo realmente patético. Las cosas les suceden apareciendo de la nada sin causa alguna, solo para afectar sus vidas. ¡Que desperdicio! Se hallan hambrientos ante la mesa servida y postergan el momento del banquete. Huelen el aroma de los exquisitos alimentos mientras se dicen: “aún no, aún no”. Observan los colores, pero no pueden imaginar sus sabores. Saben que deben lavarse pies y manos antes de sentarse a la mesa; pero eso es demasiado pedir: “aún no, aún no”. Deben agradecer por las preces: “aún no, aún no”.

Se han entregado. Han preferido no saber; intuyen que el conocimiento compromete y suponen que la postergación de lo inevitable los preserva de mayores complicaciones. Pobres gentes, los tiempos pasan por ellos dejándolos atrás, en tanto viven sin preguntarse por qué lo hacen. Con el índice de la ignorancia sobre sus labios silencian los infinitos mensajes que el universo les envía en tantas formas como interpretaciones puede haber sobre el mundo.

A estas alturas del aprendizaje de la raza ya no caben el “no entiendo” ni el “no encuentro quien me lo explique”. Es su decisión, han elegido que, por el momento, se hallan muy ocupados para preocuparse por averiguar quienes son, y no qué son. Consecuentemente ignoran si realmente se remiten excluyentemente a la integración de un cuerpo; al que después de centurias de renacido su derecho de elección, aún se están cuestionando como y con qué es conveniente alimentar.

Es un transitar describiendo eternamente los mismos gastados círculos, posponiendo en cada giro el observar la brújula que descansa en el bolsillo del pantalón; solo por el temor de que la aguja del instrumento señale un norte que, aún siendo su real destino, les exigirá tomar un rumbo. Un paso, ahora volitivo, en algún sentido, ciertamente provisorio como casi todos lo son, pero qué evidenciaría la instancia de una decisión previa.

 

Casi no hay sombras, solo se hacen más notorias las de los cuerpos cuyo mayor diámetro se encuentra en la parte superior de su materialidad. Dentro del mediodía del extenso paisaje rural, cada objeto parece haber perdido un grado de existencia y ganado cierta soledad. En un cuadro de excluyente perpendicularidad la luz pareciera provenir desde lo alto de las cosas, acusando sobre esta tierra solo una de sus tres dimensiones.

Uno se pregunta cuantas otras realidades permanecen ocultas, dependiendo su percepción tan solo de las cualidades y ubicación del observador.

Los perros y los locos son capaces de observar “naturalmente” aquello con lo se ha rodeado otro ser vivo. La impronta de sus pensamientos y deseos luce claramente ante sus ojos flotando en el entorno de su creador. Huella digital de cada personalidad. ¿Cuáles informaciones estarán integrando la creación, más allá del campo visual de los perros y los locos? ¿Qué sombras produce la luz interior y sobre que superficie estas se dibujan?

 

No habiendo mesa a la cual sentarse ni momento que a ella convoque, sin estructuras ni conveniencias horarias, solo la necesidad del alimento genera la premura. Cercana ya la fuente de abastecimiento, han sido muchos los pasos dados desde el último mendrugo de pan ácido ingerido.

Uno ha practicado durante décadas el ritual sistémico de la recompensa obtenida por medio de la labor contratada. El método en sí, no es bueno ni es malo, solo uno más piadoso heredado del antiguo primitivo uso del trabajo obligado que realizaban muchos en obligado favor de algunos pocos. Siendo que estos poseían el suficiente poder como para lograr que así sucediera.

Ahí, la voluntad, así como la conveniencia, sobre la cual se hacía posible esta asociación pertenecía a una sola de las partes. Esta relación laboral devino en otra más acorde a una sociedad que avanzaba inspirada por un pálido reflejo de captación proveniente de los conceptos plantados en la conciencia social humana.

Ciertamente la fuerza primitiva, que suele acompañar al poder, se ha ido parcialmente abandonando como medio unilateral, para ser paulatinamente reemplazada por la “fuerza de voluntad”, ahora de ambas partes, en continuar con este rancio sistema de intercambio. El detalle que a este concierto (consenso) destaca, es la mutua necesidad de obtener lo que la otra ya posee. No obstante esto, cada situación, cada página que se improvisa en el borrador de la vida, contiene, evidente para el ojo interesado en observar, un aporte a la experiencia profunda, y no siempre cognitiva del individuo. Uno ha concluido ya con este período.

 

La mendicidad bien entendida requiere una preparación especial y el logro de algo así como un estado de gracia. Es menester recobrar la ingenuidad y una sinceridad que el ego no ejercita por parecerle humillante.

No se pide para tener, sino por carecer, y una vez satisfecha la solicitud debe cesar el acto que la motivara. Claro está que esto es válido para portadores de cuerpos sanos. Hay organismos deteriorados que obligan a las personas que los habitan a permanecer postrados en constante suplica, mendigando todo lo necesario para su subsistencia. Pero esto jamás debiera despertar compasión. Si así no fuera, estarían olvidadas fundamentales verdades del vivir humano.

Acto y consecuencia, acción y reacción. Si observáramos la causa seguramente no comprenderíamos el efecto emergente. Ante el evidente efecto tampoco nos detenemos en percibir que, previamente, algo lo generó. Absolutamente grotesco sería suponer que todo sale desordenadamente desde el descontrolado, imprevisible, interior de la chistera del ilusionista, tocándole a cada uno según la suerte que lo llevó a pasar por allí, justo en ese desgraciando o afortunado momento.

¡No!. Compasión para el equivocado, para el violento, el iracundo, el falsario, el estúpido soberbio. Para aquel ser que, contaminado por la diatriba de los que hablan fuerte, obliga con una mente enferma a su cuerpo sano a tullir su dignidad en procura de la dádiva espuria.

Solidaridad y simpatía para el semejante que se encuentra en un camino difícil, mismo que lo ha de llevar al punto de reivindicación; desde donde bien podría compadecerse de quienes, poco antes, lo consideraron merecedor de ese sentimiento.

Es el mendigar uno de los actos de aprendizaje más difíciles a realizar; y es mediante este que se cosecha un inmenso caudal de conocimiento. Conocimiento sobre los que deben ejecutar el papel de entregar, o negar la limosna, sobre las situaciones e intercambios que se suscitan, pero, y como no podría ser de otra forma, sobre aquello que llamamos “uno mismo”.

Algo se revela y algo se libera, algo se complace en el entendimiento y algo se humilla sojuzgado. Una simple moneda, recibida a palma abierta y entregada con una sonrisa amorosa, se convierte en un símbolo de transmutación para los actores incluidos previamente en el reparto de este drama; aquí no hay improvisaciones. Dos seres han creído necesario escribir este libreto mucho antes de salir a escena, y en esta actuación de debut y despedida ambos reciben, a la vez que realizan, su mutua entrega.

Es la misma representación que se repite incesantemente en cada intercambio entre los semejantes del mundo, por insignificante que parezca. No hay papeles pequeños y los actores deben ser ineludiblemente vocacionales, cualquier interpretación interesada condena a su ejecutante a tantas posteriores repeticiones de la obra, cuantas sean precisas para dar a su parte lo que él mismo espera de ella. Siendo el hombre esencialmente filántropo y mendigo, deberá ser capaz de darse y pedirse a sí mismo, para así bien hacerlo con aquellos que encuentre en su camino.

 

El atrio de la iglesia pueblerina, la plaza central, las calles más importantes, son los circunstanciales escenarios. Escuelas con verdaderos maestros, con lápices de colores, reglas y cuadernos de clase. Habrá cosas para pintar, medir, y mucha enseñanza que anotar con tinta indeleble.

Y uno, que notó hace ya mucho tiempo que se encuentra al frente del aula donde, como todos, quieran o no saberlo, recibe e imparte lecciones, debe asumir su papel de mendigo para también dar cabida a que otros realicen el suyo complementario. Acción y reacción, causa y efecto. Evolución.

 

¿Marginado?, marginado ¿de qué marginado? Marginado es quien se encuentra al margen de los acontecimientos y no quien los protagoniza.

 

El mundo es un tablado global, donde millones de intérpretes realizan una pieza colectiva representada por un sin número de personajes. Aparentemente inconexos, van conjuntamente, construyendo los peldaños de la elevación o decadencia humanas. Los primeros actores, y de hecho así pareciera suceder, suelen no ser más que meros partiquinos que producen acontecimientos precipitantes, motivadores de reacciones individuales de signo positivo o negativo, según el particular juicio de El Único capaz de calificar certeramente los procederes. Y la obra siempre ha de continuar, en tanto los actores se renuevan constantemente, saliendo de escena solo al momento en que hallan alcanzando la comprensión de que ellos mismos son los autores y guionistas, y en forma alguna producto de un ocasional libreto en el que se ven envueltos. Hechos, y no  consecuencias. 

Es hora de detenerse. La temperatura ha dejado de presentarse con ese aspecto de primavera en retroceso que acompaña a los primeros días del otoño. Debe el hombre su supervivencia a la capacidad de adaptación con la que ha sido provisto, como parte de los tantos elementos que le hubieron sido entregados graciosamente, para suavizar la subsistencia en este durísimo estrato de su transito hacía situaciones más sutiles y benignas. Hora del cambio, uno de tantos.

Adaptación. El aceptarla de buen grado, más allá de posibles conveniencias, presupone un razonado uso de la inteligencia. Tal nos lo enseña una inconclusa “Teoría de la Evolución” (que para uno siempre será el esbozo de una explicación más amplia) “quien no se adapta perece”.

Un trashumante marcha por caminos elegidos (con las reconocidas limitaciones de rigor) o, por el contrario, permite que estos lo conduzcan hacia donde sea que ellos lleven. Siempre se es resultado de las propias concesiones.

Este pueblo será una decisión. Es presente; el pasado se lleva puesto, y el mañana, si es que será, vendrá como corolario.

 

El cura párroco, poco habituado a contar con pordioseros que mendiguen en el portal de su templo, ha ofrecido alojar al errante en un cuarto que guarda en el extremo trasero del predio que rodea a la capilla. El sitio, si bien sencillo, es confortable y cuenta con un pequeño cuarto de baño.

Todo cambia. Las situaciones se modifican, siempre limitadas por los parámetros que a este estado de conciencia le son propios. Dentro de su confinamiento (no está autorizado que uno se transporte a un planeta lejano en uso de una tan débil voluntad como medio de propulsión), nuestro “todo” se modifica como mero efecto de una anterior causa. Pero bien podría no ser uno su causante ocasional, sino otro, o infinitos cursos de vida que deben seguir cumpliendo con su entrelazado y siempre variado destino y así, en su desarrollo, propician nuevos acontecimientos.

El sacerdote, si bien limita el período de permanencia en el alojamiento, debe realizar este acto de caridad como parte del papel que, a la sazón, representa. Uno, igualmente en el suyo, debe aceptar la dádiva otorgada. Ambos hacen uso de sus decisiones, y estas marcarán tantas alternativas de futuro, como posibilidades de elección existan. No hay mejores ni peores; solo son líneas, nunca rectas, hacia los fines que, aparentando ser individuales, son abarcantes y colectivos.

Es según su resultado que los actos se ponderan, (aunque bueno es reconocer que no siempre la consecuencia se publica en el Boletín Oficial de distribución “local” o mundana) y cuando uno percibe que ciertos eventos aparecen reiteradamente favorables propiciando sus acciones, sugiriendo inequívocamente lo acertado de una trayectoria determinada, le invade la inmensa alegría de sentirse seguro y protegido. Seguro de que se halla efectivamente realizando algo de “eso”que debe hacer. Protegido de los temores; quienes sabiéndose perdidos ante la supremacía de la verdad, huyen despavoridos a ocultarse en las oscuras cavernas del ego. Lugar desde donde aguardarán una oportunidad más propicia para reaparecer, tratando vanamente de perpetuarse como integrantes de una personalidad que, poco a poco, los va dejando de lado por irreales e inconducentes.

 

Puede verse, casi siempre al término de las ceremonias, y sentado en la escalinata de la iglesia del pueblo, a un paupérrimo creyente de lo impoluto que la enseñanza que esta dicta, aún conserva -en la misma medida que lo hace con las demás herramientas con las que el hombre interesado cuenta para salir de este aparente caos en que ha caído por voluntad propia-. Claro está que esa amplitud conceptual se omite en principio en los diálogos, pero solo por falta del cuestionamiento que propicie su sincera exposición; que no por intención.

Así un semejante, asiduo concurrente al lugar, y consecuente solicitante de lo que se le ha enseñado son “Favores Divinos”, indispensables elementos para la supervivencia de su estilo de vida, descubre una fría mañana de abril a un extraño de barbado rostro, cuyos ojos, a su vez, le demandan ayuda para cubrir sus propias necesidades. El hombre, acosado mentalmente por lo que considera su personal e importante falencia, se siente molesto y algo sorprendido por esta presencia que, en alguna medida, ejerce una sutil pero evidente presión sobre su conciente. No obstante, con el transcurrir de los días y recordando quizá la enseñanza de su Maestro, comienza a depositar una pequeña ayuda en la mano del mendigo, evitando cuidadosamente cualquier contacto físico. La moneda es de poca valía, pero adquiere el inmenso poder de un símbolo.

Durante seis días la entrega cae desde la distancia que dos dedos tensos marcan como separación entre ambas individualidades. Es el uso de un período previo, necesario para una posterior variación en las proporciones. El yo se retrae, solo un poco. Solo lo mínimo indispensable para dar cabida a la idea de aceptación, oculta pero siempre latente, del “tu”. Solo un poco, pero la tendencia a modificado su dirección.

Al día séptimo la variación del porcentaje alcanza su punto crítico, suficiente como para permitir que la mirada, que usualmente se desvía no bien hecha la limosna, siga tímidamente la trayectoria que va desde la mano que recibe, hasta el rostro cuyos ojos estuvieron aguardando pacientemente ese momento. El acto se ha consumado. La secreta profecía que a estas dos almas atañe ha comenzado a cumplirse. Ya no se detendrá. Todo lo que deba ser, ¡será!

 

La ilusión del tiempo es solo necesaria dada nuestra reconocida incapacidad de incorporar, en forma inmediata, la enseñanza que cada acontecimiento nos presenta. De hecho, y por idéntica causa, los sucesos también se presentan secuenciados dentro de una ilusoria dimensión lineal. Sobre otro estado de conciencia, bien podría todo “ocurrir” en forma simultánea, o no hacerlo nunca por estar ya definitivamente asimilada la moraleja con la que concluye cada fábula de la vida.

La mente necesita tiempo, comprensión y memoria. El alma asimila, no exige lógica y jamás olvida. El Ser se nutre de experiencias sin necesidades espaciotemporales.

Uno, que debió sembrar muchos dolores para cosechar un pequeño conocimiento, ha sido debidamente informado que todo saber, que por cualquier causa posea en esta vida, si bien es de su uso, tal el agua pura debe correr; pues si se estanca se descompone y pierde sus propiedades. Pero esta solo será destinada a saciar la necesidad del sediento, cuya ansia se ha generado como consecuencia del sufrimiento ocasionado por sus asumidos errores, y el posterior cuestionamiento sobre el porque de las cosas. Aquel que padeciendo los efectos, está dispuesto a aprender sobre como actuar el presente, de forma tal que sus actos de hoy lo lleven, como no debiera ser de otra forma, hacia un futuro venturoso. En verdad se podría decir que lo que creemos ser, es solo eso....consecuencia.

El conocimiento, al igual que la riqueza material, otorga ventajas a su tenedor, no obstante y al igual que esta, genera obligaciones en forma directamente proporcional al caudal de la posesión.

Bien ha sabido uno de lo desatinado de “predicar en el desierto”cuando, impulsado por un ciego entusiasmo producto de sus noveles descubrimientos, pretendía iluminar ajenas conciencias con esa pálida lumbre. Ignorante aún de que solo el deseo del interesado llamará al medio mediante el cual se producirá el rayo de luz que disipará sus tinieblas. El cual, si bien se sabe, llegará puntualmente en tiempo, siendo que su forma es absolutamente impredecible, influenciando exclusivamente al sector para el que hubo sido convocado. Así, alguien carente en apariencia de cualquier medida de sabiduría, podrá sorprendernos con alguna actitud o palabra que en mucho excede a su nivel promedio de conocimiento. Como respuesta a su invocación, puede ahora ser maestro sobre asuntos que antes desconocía y le atormentaban, y, no obstante, permanecer dentro de la más absoluta oscuridad en lo atinente al resto.

 

El séptimo día alguien entrega una moneda, y recibe a cambio lo mismo que le fuera dado en las anteriores oportunidades en que este sencillo intercambio se produjera. El séptimo intento despierta, en ese “alguien”, la comprensión de que el acto no concluye al dejar caer el objeto sobre una mano ignorada. Es en la séptima ocasión cuando dos miradas se cruzan y quien da, comienza a notar que algo está recibiendo del miserable receptor de su dádiva.

De ahí en más la situación inicia un cambio Quizá, lo acertado sería decir que la improvisación del libre albedrío paulatinamente abandona los condicionamientos de la experiencia personal, para ir acercándose al guión originalmente preparado.

Así, el deseo arrastra al pie que dará el primer paso forzando otro rumbo del comportamiento. Un circunstancial saludo es el preámbulo de un raquítico dialogo que se va sumergiendo, progresivamente y con el paso de los días, dentro las aguas profundas de un cuestionario de vida.

Lo objetivo aparenta una orfandad que se comprueba inexistente ante el estudio de su auténtico ADN. La paternidad de lo subjetivo surge irrebatible de este análisis.

El semejante, tenaz concurrente al templo en busca de respuestas, comienza a comprender que eso que ha obtenido en su presente, es precisamente la respuesta que le entrega su pasado. Sus problemas, su entorno y hasta él mismo, son... consecuencias.

Pasados los primeros tiempos de confusión “el hombre que ha comenzado a entenderse” necesita más información que le recuerde algo de lo que ya sabía; solo algo. Puede que sobre el resto se interese algún día o, simplemente nunca le quepa en esta vida.

A poco, el sitio de encuentro, el frío escalón de la iglesia donde en principio se le pudo ver sentado y en estrecho dialogo con el mendicante, fue reemplazado por las cada vez más frecuentes visitas al alojamiento de este último.

Uno pudo advertir en su primera comparencia, la sorpresa que sustituyó a la inicial aprehensión con que su suponer le hubiera proveído en prevención de lo que allí observaría.    

Una cama de pino, impecablemente tendida, junto a un ropero pasado de moda, una pequeña mesa y dos sillas. Todo de madera desgastada hasta el tejido de la veta, a falta de lustre o pintura con lo que realizar el acabado, componen el pulcro mobiliario que descansa sobre la superficie de un piso de cemento encerado y brillante. Las mismas deterioradas prendas del habitante de la habitación construida sobre el final del patio de la iglesia, si bien torpemente zurcidas en sus desgarros, denotaban una limpieza que nunca antes había notado. Por último, el suave aroma a lavanda y sándalo allí presente, terminaba de componer un ambiente que invitaba a la paz y la armonía, haciéndolo difícil de abandonar.

Fue en este modesto ámbito donde el visitante asumió su rol de discípulo. Donde su personalidad continuó su retroceso, permitiendo con ello el acceso de cierta información hacia un sector más estable y menos “circunstancial” de su persona. Pero quien desea aprender, debe previamente reconocer su ignorancia, y con ello se coloca en la situación de un interesado peticionante del conocimiento que otro posee, o pueda recordarle. Aquel que pide, conciente de su insolvencia, debe hacerlo con la necesaria humildad, pero con la franca firmeza que le otorga su derecho de tomar tanto conocimiento como sea capaz. Se convierte, orgullosamente, en un mendigo. “Pedid, y os será dado”. Pero se debe realizar el pedido.

Solo en el justo momento en que el anhelo supera a la inercia que genera la ilusión cotidiana, se presenta la respuesta al deseo. Quien recibe, cualquiera sea su caudal de sapiencia, se convierte en discípulo; mientras aquel que entrega asume la maestría, aún dentro de una evidente ignorancia. Pudiendo, y de hecho así suele ocurrir, alternarse los roles tantas veces como el objetivo de evolución lo demande para su cumplimiento. Todos tenemos riquezas para compartir, y miserias que remendar.

Uno, debe obedecerse, le caiga o no en gracia, y cumplir con todo esmero y máximo sentimiento la labor de este período de su vida. Debe enseñar, puesto que se ha presentado aquel que (en algún nivel que el recuerdo no alcanza) hubo sido convocado a esta cita en otros momentos de ambas almas.

El discípulo, como es costumbre de la raza, pregunta, se maravilla, ejercita, cree, duda, descree y vuelve a preguntar, a maravillarse, etc., etc. Tres pasos hacia delante y dos en retroceso. Pasos sobre un sendero que no siempre será fácil ni placentero; y que no obstante jamás podrá abandonar.

Denodadamente lucha el hombre nonato para salir de su encierro; aunque este le resulte cálido y agradable. Debe el polluelo agotar sus energías para romper su estrecha pero confortable reclusión.

Hemos aceptado que “el tiempo pasa”, por tanto al hacerlo nos impone etapas que son ineludibles. Puede alguien negarse a ese paso imponiendo su sabiduría, y tendrá éxito en esta alteración de lo establecido; mas el infeliz que dentro de su cómoda ignorancia así lo intente, se verá fracasando y asegurándose un impostergable cuanto doloroso retorno a la misma situación; y esto tantas veces cuantas le sea necesario a su comprensión. Porque el primero pone en su ayuda las leyes universales, en tanto que el segundo supone en su desconocimiento que puede superarlas, o, más frecuentemente, simplemente ignorar su existencia.

 

El discípulo incorpora novedades, rescata olvidos. Cambia. Por la madurez de su voluntad cuestiona a su ego, lo reconoce. Este reconocimiento establece sus limites, se le hace notorio que estos existen, que siendo ciertamente muy estrechos lo circunscriben dentro de un área muy reducida, y se esfuerza en trascenderlos. Nuevamente entabla una dura lucha por liberarse de su encierro. ¡Debe, desea y puede lograr un nuevo nacimiento!

El discípulo cambia, y ese cambio es observado por los semejantes de su entorno. “Por sus obras los conoceréis”.Y este entorno comienza a modificarse en función de la nueva actitud de su integrante. Toda acción genera una reacción.

Todos andamos por la vida buscando fórmulas que la hagan más placentera. Lo que pocos llegan a comprender es que los componentes del brebaje que a unos salva, resulta totalmente inocuo para el resto. Solo los grandes Maestros han podido generalizar algunas recetas, pues esta ha sido, y es, su entrega al mundo: el “descenso” y traducción de ciertas verdades en el contenido de su misión. Aún así la interpretación y uso de estos métodos se efectúan mediante las herramientas que cada uno de nosotros posee. A saber: la enseñanza es captada por SU mente, recepcionada según SU capacidad de hacerlo, interpretada a través de SU criterio y tal SU experiencia, ejecutada en la medida de SU voluntad, y por último, los resultados obtenidos tendrán directa relación con SU convicción en el éxito de los mismos y los condicionamientos (SUS) con los que halla nacido en este espaciotiempo.

Así como no existen dos seres idénticos en su apariencia externa, tampoco los hay es su composición interna, dado lo cual la voluntad e intención de cada uno habrán de primar sobre la distracción del ego. Adaptando y afinando esas recetas de forma tal de generar una propia capilaridad capaz de permitir que el sagrado contenido de las verdades penetre hacia lo profundo de su ser; donde debe anidar y crecer. Voluntad e intención.

Los semejantes observan el cambio producido en su parecido, y esto despierta su deseo de seguir ese ejemplo. Desean ser más parecidos a su semejante.  

 

Comienzan a llegar. El umbral de la iglesia ve aproximarse nuevos rostros portando su carga de dolores, desconciertos y preocupaciones.

Para cada cual lo único real es aquello que siente, y busca, erróneamente, trocar los hechos y no los “sentires” que le otorgan poder al sufrimiento. Ignorantes de que el deseo intenso, también llamado fe, posee el poder de transformar las apariencias. Pero para esto, será menester sangrar las rodillas en cada intento.

Un paso seguido de otro, y otro más. Uno, que ha abandonado temporalmente los caminos del planeta, está avanzando según su interna hoja de ruta. Sabe que, en este menester de maestro, cosechará algunos éxitos evidentes y muchos fracasos aparentes. Que puede que no halla más gozo que el de lanzar palomas multicolores hacia los aires con la esperanza de que aquellos ojos miopes logren seguir su trayectoria ascendente. Y el placer no estará en liberar las aves, sino en observar las miradas de las almas que sean capaces de advertir su vuelo.

Los nuevos mendigos se presentan confundidos ante el pordiosero. Vienen también en busca de respuestas. Vienen a pedir, movidos por su necesidad de recibir lo que por ellos mismos no logran obtener.

El hábito podrá no hacer al monje, pero sí a la creencia de que lo es. A las pobres gentes, sujetas firmemente a atávicas normas de comportamiento, se les hace especialmente dificultoso sojuzgar sus pautas culturales, impuestas a sangre y fuego, para poder, libres como niños carentes de estas restricciones, acercarse sencillamente a alguien ubicado en los más bajos estratos del orden social establecido y solicitarle consejo y ayuda. ¡Cómo hacerlo, si este paupérrimo individuo es la más clara representación del fracaso que pueda encontrarse! No han logrado substraerse lo suficiente a los ancestrales paradigmas como para comprender la paradoja del éxito y el fracaso. Y esa será su primera prueba.

 Así, alguien solo se acerca a la verja que protege la propiedad de la iglesia, en tanto otro prefiere observar con el rabillo del ojo mientras transita rumbo al interior del templo. Habiendo a quien su magro impulso solo le brinda la posibilidad de contemplar desde lejos y con desanimo al pobre destinatario de su atención, para partir inmediatamente resignando la oportunidad.

En general, el protocolo de una acción aceptada por las normas en uso, es un medio que otorga cierta seguridad como comienzo de una gestión poco común. Un día cualquiera se acerca, limosna en mano, un bien ataviado mendigo iniciando, una vez más, el rito de aproximación. Tratando, sin reparar en ello, de revertir el distanciamiento que nuestra cultura social hubo impuesto entre los integrantes de su comunidad. Más tarde otro, con su personal aspecto, hace lo propio. En la siguiente semana dos de ellos repiten la operación.

El plan se cumplirá, porque así debe ser. El maestro siempre está, los discípulos van llegando. No son más que los que este puede atender, porque así debe ser. Cada mente arrastra una incierta cantidad de interrogantes, cada personalidad sus ocultos temores. Cada corazón reboza de  inconclusos e inexpresados amores. Puede haber alguna similitud, no existe la igualdad. No hay programa oficial de enseñanza ni clases comunitarias. Algo los une, el sufrimiento; terrible consecuencia que les ha obligado a prestar atención, a cuestionarse sobre los verdaderos tópicos que subyacen en la distraída visión exterior.

Son granos de arena que, vagamente, comienzan a recordar que han formado parte de un cuerpo infinitamente mayor. El cual hubo sido a su vez solo un grano de arena, modesto integrante, de una pequeña playa de la cósmica vastedad.

Meses que se descuentan del calendario, y discípulos que ensayan otras realidades. Gentes que dejan, tímidamente, de ser lo que antes fueron. Recién encendidas luces que no alcanzan, con su escasa claridad, a ser faros que guíen a perdidos timoneles hacia puerto seguro, pero suficientes para espantar algo de la oscuridad de su cercanía. Suficientes para que se note su renovada presencia. Aún no son maestros de tiempo completo, y talvez nunca lo sean, pero si, y en verdad, futuros guías por los senderos del conocimiento; aunque pudiera que jamás lo noten. Un nuevo aporte se esta realizando, algunas almas han avanzando un paso hacia su ineludible destino; en tanto contribuyen a elevar el nivel vibratorio del planeta, del sistema, de la galaxia, del redivivo presente universo.

El mismo desplazamiento de otro tipo de energías, desalojándolas de sus habituales campos de acción, produce su compresión. Todo aquello que es sometido, tiende a sublevarse. La compresión de un elemento, que siendo elástico por naturaleza, se hubo expandido y se considera a sí mismo oprimido, más allá de su opaca característica involutiva, buscará volver a sus antiguas fronteras. Acción y reacción, causa y efecto.

En este sombrío sitio donde hemos venido a dar, la oscuridad se enseñorea y la luz que la aventa, ha de provenir forzosamente de una fuente que la genere. Si en la noche del mundo una candela se apaga, las tinieblas recuperarán su espacio y algo se habrá perdido. Cada sol ilumina con luz propia, pero a costa de consumir el combustible que es su vida, y en esto solo es cuestión de esperar. Pero cuando un alma brilla, aquello que la alimenta proviene de la primigenia y siempre creciente fuente de energía, y esta jamás se agota. La negrura ha sido desplazada y debe actuar neutralizando al enemigo a riesgo de perder una batalla en su lucha por postergar su inevitable final.

Uno que, por mandato, en esta ocasión ha alterado el equilibrio, comienza a percibir el inevitable enfrentamiento entre las partes de la dualidad. Hay damnificados, siempre los hay. Uno es causa, a los ojos de estas gentes, y eliminada la causa, cesa el efecto.

Las reacciones, si bien han ido variando en concordancia con los tiempos, son esencialmente las mismas, y consisten en quitarle al díscolo causante de la variación entre las proporciones, los elementos que hacen posible su accionar. De forma que el indeseable se ve privado del alojamiento gentilmente suministrado, del lugar donde ejercer su rol de mendicante y de la tolerancia oficial, con la que muchos deben contar para poder desenvolverse. Momentos hubo en que la misma vida del infortunado caído en desgracia era tomada en prenda de su silencio.

Según se dice: Aquel, que fue el más grande que en esta tierra misionara, afirmaba haber venido a dividir, y no a unir, “a colocar a padres contra hijos...”. Necesaria confrontación entre las partes de la dualidad. La única constante es el cambio, y el cambio modifica las proporciones, altera el statu quo, y produce “reacomodamientos” sobre el tablero de lo que se desea permanente.

 

Un nuevo cargo por vagancia, la correspondiente averiguación de antecedentes, y el obligado hospedaje en una celda de la seccional de la policía local, son parte del efecto que uno causara con sus acciones de los últimos meses. El presente difícilmente tiene en cuenta el signo que precede al resultado de las actuaciones no convencionales por alguien realizadas. En su mayoría, estos casos carecen de cualquier otra intencionalidad que no sea la preservación de lo instituido. Pocos ojos logran observar el crecimiento de una semilla cuyos brotes no han horadado aún la superficie del suelo de su tiempo. Mucho menos aún que el sembrador solo coloca la simiente en sitio propicio, sin ser este el propietario de la vida que esta contiene ni del terreno donde yace. Meramente una voluntaria herramienta que se ejercita mediante su labor.

La reacción pasa irremediablemente a ser una nueva acción productora de otra reacción.

Los discípulos, que no por tales habrían de carecer de rebeldía, protagonizan actuaciones tendientes a volver las cosas al estado que ellos consideran más conveniente. Las ocasionales autoridades se ven asediadas por las sugerencias de unos y de otros. La puerta de la comisaría por grupos reunidos por los adeptos al detenido, reclamando su inmediata libertad, y las influencias locales, y hasta provinciales, se hacen oír tanto en un sentido como en el otro. Y eso es dividir.

La afortunada soledad del encierro otorga al prisionero la libertad del uso de su mente.

El ejercicio reiterado hace a la automaticidad de la acción. El subconsciente, entrenado en estos menesteres, no se entretiene inútilmente en el análisis de la estampa presente deteniendo el film en una imagen que, estando apartada, podría calificarse de injusta e infeliz. Obvia estas comunes conclusiones pues el humilde tesoro epistémico ha cortado finalmente el retorno al engaño de la dolorosa auto conmiseración y otras emociones basales, consecuencia de una posición psíquicamente inestable ante la vida.

El hombre que se provee de alguna sabiduría la utiliza, también, para su beneficio.

Piernas cruzadas, sentado durante horas sobre la almohada de su camastro, el recluso despierta la curiosidad de sus carceleros, los que al notar que esta rareza es pasiva, y que para el intento de comprenderla deben asumir una actitud investigadora, algo que los obligaría a pensar, pronto pierden todo interés por el loco detenido. Interés que a poco es reemplazado, tal suele suceder, por la indiferencia que acompaña a la costumbre.

Guardando un monástico silencio, en una actitud casi estática se sumerge en las profundidades de su alma en busca de respuestas que en nada hacen a los recientes acontecimientos. Algo molesta al errante.

Cada individualidad se manifiesta como producto de una incontable cantidad de factores que han ido conformando lo que hoy aparenta. Todo esto, aún dentro de límites sumamente imprecisos, define aquello que cada uno representa en su exterior y siente que “es” en lo interno.

Queda en claro que el maestro busca despertar en cada discípulo el conocimiento que en el sujeto subyace, y que, como todos los integrantes de la raza, ha traído incorporado en la parte del todo que a este mundo se vio precisada a descender.

Desde el momento que es el interesado quien busca la vertiente en donde saciar su sed, cuando esta ha llegado al punto en que se le hace insostenible, no existe en el camino de la luz el adoctrinamiento involuntario, ni coacción alguna que le quepa. De esta forma el solicitante recibe su porción de sabiduría en directa relación con el anhelo que lo motiva, pero siempre parte con cierta riqueza, que siendo para ese momento el total de la capacidad de sus alforjas, representa el más grande tesoro que pueda portar.

Algo inusual ha ocurrido durante la representación de uno en el papel de maestro. Algo sobre lo que consultar a su alma. Algo que bien pudo ser un error producto de la ignorancia del mentor interino.

El fracaso de uno consiste en haber recibido el aporte de un ser, que se le acercara en actitud de suplica, sin poderle otorgar nada a cambio. La ley inmutable de intercambio, aparece incumplida, inexplicablemente rota.

El semejante, hermano en el dolor de tantos hermanos padeciendo en su búsqueda, atribulado por sus dudas, presenta ante el maestro un ramillete de flores secas: Sus bien encaminados esfuerzos de décadas de fallidos intentos por alcanzar su proporcional ración de logros.

El maestro observa. No cree nada, ni nada pone en duda. Solo observa, y atentamente escucha las silentes palabras del alma del desgraciado penitente. Concluyendo que, en verdad, ha habido pregunta sin respuesta. Causa sin efecto. Acción sin reacción. La puerta que se hubo golpeado hasta sangrar los nudillos continúa cerrada, tal y como si nadie escuchara detrás de ella las insistentes llamadas.

Este desdichado humano, valga similar metáfora, arrastra pesadas cadenas cuya longitud determina el circulo en el que se desenvuelve. Girando sobre un punto fijo, le aterroriza en cada ronda la visión reiterada del paisaje que lo circunda. Los mismos hechos se repiten una y otra vez, prescindiendo, aparentemente, de las esforzadas correcciones impuestas a las causas que los motivaran.

Doloroso destino el de este ser, sus tiempos no se corresponden con los actuales momentos que vive la estirpe adámica. La dimensión temporal en que se desenvuelve se dilata en sus respuestas, prolongando el padecimiento producido por lo acuciante de su anhelo. Llevando esas respuestas hacia lo alto: a planos más sutiles, o postergándolas a lo largo, en espera de nuevas vidas que serán en el futuro. Ambas coordenadas proyectadas aún fuera de su alcance, lo determinan solo como su estático punto de intersección.

Descendiendo rápidamente desde su papel de maestro, finalmente uno comprende que el espectro de posibilidades inherentes a cada individualidad y su destino, es infinito. Y que a esta le corresponde un difícil transito hacia su liberación.

 En otros tiempos su aparente falta de logros sería en verdad su gran logro. El individuo es uno de los escasos remanentes de antiguas almas que han elegido apurar de un solo trago el fondo de su copa, conteniendo aún el ácido vino de sus remotos errores. No obstante lo cual, el pacto realizado ya no implica un sacrificio de tal magnitud, son estos los momentos profetizados, aquellos donde cabe la gracia de posibilidades más benignas, por así decirlo, para todos los que han decidido estar presentes en esta singular etapa del planeta. Quien cargue el peso de una cruz que, a su personal sentir, excede sus fuerzas, tiene ante sí opciones que otrora fueran del todo inasibles. En las presente épocas, bendecidas por hallazgos tales como que el mismo ADN es un nexo entre la materia corpórea y la libre energía de las posibilidades, la “conexión con Sí Mismo” brinda a todo humano la facultad de saltar por sobre el presente de cualquier pacto preexistente.

Uno, que ha sido apasionado en su comportamiento, vuelve, y a pesar de la resistencia ofrecida, a conmoverse acompañando el llanto de quien visitándolo en su celda, derrama sentidas lágrimas de alegría al encontrar, en su recuerdo, una explicación que lo iguala con el resto de los “irredentos” semejantes. El infortunado se tenía por excluido de las leyes cósmicas, en la sospecha de ser el autor de alguna incalificable falta velada por los olvidos de tantas encarnaciones. Un errabundo de la excepción que, iluso engañado por “la educación”, supone que todas las leyes contienen como certificado de autenticidad.

No es esta la esfera en que las cosas se resuelven definitivamente, lejana tal se encuentra del “para siempre”. Solo, y con mucha ayuda y paciencia, puede lograrse despabilar dormidas conciencias para que comiencen a verse tal lo que realmente son; nada más. Los milagros no son otra cosa que la materialización de un mérito logrado de antemano. Se cierra el capitulo, uno no podría partir sin haber terminado este segmento de su tarea en el lugar. El acertijo ha sido debelado y la verdad del momento se hace evidente.

 

Temprano en la mañana se abren las puertas del cuarto enrejado. El reo, que no hubo pedido explicaciones sobre el motivo de su aprehensión, tampoco lo hace ante la sorpresiva liberación de que es objeto. Sería inútil. Estas personas operan sus vidas en función de patrones de comportamiento excluyentemente superficiales y cualquier razón que mueva su accionar carece de importancia real. Son, por ahora, solo pequeños engranajes productores de ciertos necesarios acontecimientos que deben provocarse. Ignorantes del porqué de los mismos, raramente se los cuestionan; cuando lo hagan ascenderán en el reparto; en tanto solo interpretan su humilde papel, sin notar siquiera que se encuentran en escena.

A las puertas de la seccional de policía, congregadas una veintena de personas aguardan jubilosas a su maestro-mendigo. La liberación de este supone para ellos la primera victoria en su circunstancial lucha contra un frente fusiforme que hila el destino desde una distracción no siempre desinteresada.

Las manifestaciones de alegría son rápidamente reemplazadas por la decepción y la tristeza. Su conexión con la esperanza de alzar el vuelo hacia las verdaderas alturas, debe partir en busca del siguiente episodio de la trama. Ha sido siempre duro para el humano de todos los tiempos soltar la mano que lo guiara en sus primeros intentos por salir de esos internos laberintos de su propia  creación.

Uno se hace nuevamente a los caminos. Con más peso en el cuerpo y en el morral. El alma, curiosamente liviana, se ha nutrido abundantemente con los puros alimentos de otras almas recibidos, pero especialmente con el producto de lo que ella misma pudo brindar.

Siguiendo por el lineal corredor temporal, jamás se debe volver la vista atrás, a riesgo de correr el mismo destino que la infeliz mujer de Lot. No obstante, delicadamente, con la yema de los dedos, corresponde extraer la enseñanza que todo cambio conlleva.

Escondidas tras el circunstancial telón de malezas conque cada situación se despide, se encuentran las verdades que son el fruto a cosechar luego de la siembra que las hubo originado.

Desapego, una vez más debe uno practicarlo, hasta tener por incorporado que, sea lo que fuera que se posea, esto último no debe ser el poseedor. Ya elemento, ya persona.

Esta es la reiterada lección destinada a quien por un tiempo se dejó poseer por una perecedera situación.

 

Claro está que no debe incorporarse la emoción al recuerdo. Pero tomando solo este, y desprovisto de aquella, resulta ser un excelente proveedor de información. Información inobjetable, puesto que uno es testigo de la verdad de su existencia.

Es grande el beneficio de detener de tanto en tanto la marcha, sentarse a la vera del camino y sorber lentamente y desapasionadamente la experiencia extraída al destilar los hechos del pasado. Pues, en gran medida uno es esa experiencia, y en misma proporción que logre en ella reconocerse sabrá de sí mismo.

Y lo inmediato es (“es”, ya qué todo, lo notemos o no, se practica en presente) rescatar la vieja carpeta con folios manuscritos en gama de muy distintos tonos y colores en cuya portada se destaca el nombre de un hombre. Mismo que ha sido abandonado, ya mucho tiempo atrás, junto a otras cosas que le impedían correr la vida ligero de equipaje.

Cada oportunidad en que el ser se ve compelido a efectuar una retrospectiva de sus pasadas actuaciones, nos recuerda que algo quedó atrás. Y que, con ese paneo sobre campo trillado, uno cierra la jornada disponiéndose a ingresar a un nuevo estado de su compromiso con la vida.

Una etapa ha sido concluida. Se deben velar las armas, rescatar solo lo necesario, y disponer el ánimo para lo que ha de presentarse.

 

Infancia “normal” de un niño, por fuerza, estandarizado y sometido a un común currículo de enseñanza; más allá de la existencia, o no, del canon mensual.

Tal correspondiera al uso de la época, fue sujeto por una educación familiar exigente en el cumplimiento de las normas, y totalmente ajena al potencial creativo y emocional de su vástago. Este comenzó a remedar a los rediseñados androides, estereotipos culturales en papel y bronce, realizados sobre la anterior figura de humanos de algún renombre histórico. Inútil intento de lograr la aceptación del medio obtuso en el cual, sin posible elección, se desenvolvía. Instauración arcaica esta de los cambiantes “becerros dorados”, descendiente de una tendencia siempre ascendente de los organismos dirigentes a inducir mediante ejemplos dibujados, el proceder de los individuos que integran eso que aglutinan dentro del término “sociedad”. Comportamiento solo atribuible a la conveniencia de los distintos regímenes de turno, de cualquier época y tendencia, y trasfundida a la pedagogía oficial con un desatento patrocinio hogareño.

El terrible ejercicio de repetir memorizados los pétreos textos, realizados casi por encargo, que el uso obligatorio hacia indispensable, no logró neutralizar totalmente la capacidad crítica, y el análisis subjetivo que fueran patrimonio del pequeño damnificado. Afortunada preservación esta, salvadora del futuro criterio adulto en ciernes, resguardándole de quedar congelado dentro de esa propuesta educativa que negaba por omisión la falta de fronteras y temporalidad de su instrucción.

Si por discreción prescindimos de la intencionalidad, y por experiencia de la sabiduría, solo tres estados hacen posible que el hombre se muestre absolutamente seguro acerca de los temas sobre los qué pretende ilustrar: la ignorancia, la soberbia o la iluminación. Las dos primeras generalmente van de la mano e, irremediablemente, producen amputaciones en las alas del infortunado estudiante que toma como verdaderas falsas aseveraciones, estrechando así el libre vuelo de la mente que busca nuevos horizontes del conocimiento.

Por su lado, la tercera testimonia la inexistencia de todo tipo de limitaciones, propiciando la trascendencia de lo aparente hacia el campo infinito de la verdad.

Posteriores intentos en el ámbito de la enseñanza media y superior, igualmente frustrados por el desencanto producido ante la evidencia de un vacío de sustancia en esta planicie realmente desértica, consumieron totalmente su reserva de esperanza de hallar algo relacionado con lo esencial por este medio.

 

El adolescente solía sentarse sobre un viejo banco en la rotonda central del parque, estudiando allí el rostro de los transeúntes y los retazos de conversación atrapados al azar. Pobre intento de descubrir aquello que hacía a las gentes continuar una vida que a él se le antojaba totalmente carente de significado.

Si todo era auténticamente tan azaroso, uno solo podía, por cierto en medio de un campo de lógico temor, aguardar a que oculto tras cualquier árbol a la vera del camino, le sorprendiera la desgracia o la fortuna. Lo malo del caso sería que, según lo observado, la primera contaría con mayor presencia que la segunda. ¡Sí!, y sería también mucho más esperada que su opuesta complementaria. Con esto, quedaba el pobre cualquier tipo absolutamente restringido a su papel de penitente

Las reglas están para cumplirse, y haciendo caso omiso de Aquel que decretó que “es el hombre quien tiene obvia prioridad sobre las normas”, la costumbre asume el mando indicando la única alternativa posible. Esa única “opción” a la mano le fue impuesta retrasando su carrera de autodidacta de la vida, en aras de realizar una labor remunerativa con “posibilidades de progreso”. Bueno, que nada sobre aquello ejemplificado por “Los lirios del campo y las aves de los cielos”.

Nadie pudiera jamás olvidar su “inserción” en este medio, el medio laboral. Es el momento de la comunión con lo establecido. El ingreso a un submundo de formalidad que otorga una segunda identidad acorde a la labor en desempeño. De forma tal que esta pareciera estar relacionada con el ser. Uno “es” plomero, ingeniero nuclear, o conductor de taxi, entre otros. De esta forma logrará responder correctamente a la pregunta sobre lo que se “es”. Diciendo ser un oficio, una profesión o un empleo.

Curiosa descripción de sí mismo la del humano, a falta de conocimiento sobre su esencia, se identifica de tal manera con un nombre de documento oficial, o una actividad, que esto lo define y en consonancia es reconocido por su entorno. Es que esta prótesis viene a ocupar el vacío de una realidad que, por desconocimiento, carece de dictado, de la misma forma que no hubo término con el que designar al continente americano antes de que se sospechara su existencia.

A válida prueba, baste solo consultar a un desocupado sobre “lo que él es”.

 

Se pueden ocupar las horas de los días que integran los meses laborales, de los años, de la vida, en algo placentero relacionado con el gusto y habilidades propias, o hacerlo a disgusto; forzándose cada mañana a llevar cuerpo y pensamiento al encuentro de un quehacer falto de todo tipo de gratificación.

No existen circunstancias fortuitas, en uno u otro caso lo que uno hace es lo indicado, tanto por el impulso que ha traído a este mundo, como por las decisiones tomadas. Hado y albedrío, entrelazándose, van tejiendo el paño de la vida.

 

El joven solía sentarse sobre un viejo banco en el parque, libro en mano buscando en la palabra dictada por la experiencia, los motivos que tenía para ser quien era, vacilar tal como la hacia, y la causa por la cual parecía ser el único mortal que se planteaba estas cuestiones. Como consecuencia de su investigación comenzaba a notar que, si bien nunca se había sentido “en casa” sobre este mundo; no era el único en hacerlo. Aunque, lamentablemente, no contaba con ningún otro disconforme a la mano.

Las conversaciones con sus relaciones versaban sobre asuntos baladíes, en una mal disimulada puja por sostener el uso de la palabra, esforzándose cada cual en captar la dispersa atención del resto de los contertulios. Los temas en tapete solían remitirse a alguna historia sobre sí mismo, de cuya narración se desprendía claramente la necesidad de demostrar algunas particularidades sobresalientes de su carácter, inteligencia, humor o coraje. Si por el contrario, un tercero ausente tomaba el papel de protagonista, rara vez salía este airoso del comentario; caso en el cual participaban varias voces, resaltando sobradamente los supuestos rasgos negativos que al individuo caracterizaban, y de los que era, a no dudarlo, culpable.

Las polémicas lejos de hacer aportes, producto de pensamientos y experiencias sobre asuntos de trascendencia, se centraban en superficiales temas cotidianos, o peor aún, sobre los resultados de eventos de dudosas características deportivas y la actuación de sus participantes.

La más profunda soledad es aquella que se siente cuando estando rodeado de semejantes, uno se nota ajeno, excluido, vista la imposibilidad de expresarse aún en uso de la misma lengua. Limitación que el desinterés ajeno impone ante “esa” zona intangible vedada al dialogo. Pues nadie, con algún ejercicio social, sería capaz de interrumpir una conversación de estos tenores con una alusión directa a la búsqueda de la esencia del ser, por poner algún ejemplo. Bueno, el caso es que el calificativo de “loco” le cupo a uno, luego de este puntual cuestionamiento. Aún más, fue escrupulosamente observado por sus congéneres, quienes, entre preocupados y divertidos, esperaban que algún otro exabrupto partiera de la boca del delirante, con el evidente sano deseo de poder concluir la labor de darle válida cabida dentro de alguna clasificación que les fuera conocida.

Quien solo mira su entorno, tarde o temprano sentirá soledad, y el que más la ha de sufrir será el menos desatento.

 

(RAE) Amor: “Sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser”

 

Existe en toda vida algún período en el que, quien la ejercita, supone haber encontrado en la amorosa compañía de otra persona respuesta a su disgusto por la soledad. Esta, a su vez es poseedora de la suya, con sus particulares características. 

Desde “casi” todo punto de miras, el mayor amor es hacia sí mismo. Consecuentemente la persona cuyas feromonas nos sean afines, será seguramente la elegida para comenzar un romance, dado que su cercanía nos es gratificante y sumamente excitante. Ergo, “amamos” porque eso nos produce placer.

Tenaces en nuestro emprendimiento, decoramos su personalidad según nuestro gusto y deseo. Esta imagen, creada por un ideal temporal y solo para complacernos de momento, no se condice con la realidad del original sobre el cual se efectuó la construcción. Consecuentemente, y esta es solo una de las posibilidades más comunes, el disfraz se va deteriorando con una rapidez que guarda directa relación con el convencimiento que se tenga de lo auténtico de la fantasía, dejando impúdicamente a la vista la desnudes de la presencia tras él oculta,

La otra parte, a su vez, percatada del ideal que de ella se pretende, y en similar aunque inversa situación, asume el papel que se le ha adjudicado; en lo que puede ser el mayor esfuerzo de su existencia. Pero este esfuerzo será del todo vano. Más tarde o temprano, cada uno se muestra tal cual supone que es, y no como otro lo desea. Retornando así a su verdadera forma, por mucho que sea el amor que se haya invertido en la relación.

Existe una sustancia que el organismo corpóreo libera en los períodos de romanticismo. Se la denomina Feniltelitamina y “genera felicidad y euforia que, además puede incitar ceguera, ya que el enamorado se niega a ver los defectos de su contraparte”.

La atracción entre los sexos, suele asociarse con una apreciación tangencial del amor, sin tener en cuenta un sin número de factores que pueden coadyuvar a esta afinidad.

Bien que existe ese ideal amoroso que las novelas románticas nos recuerdan, y verdad es también que cada cual posee un ser que “puede”cumplir con la mayor parte de sus expectativas al respecto. Pero no menos cierto es que para encontrarse con este ideal aquí y ahora y en armonía, ambos deben estar preparados a ese fin y ser el momento cósmico apropiado para tal evento. En tanto esto ocurra, la nostalgia de otros tiempos y lugares empujan al humano urgiendo a una unión que se producirá con el primer compañero de camino a la mano. Poseedor este de cualquier merito suficiente como para despertar nuestro interés, y viceversa. Pudiendo la avenencia, si la hubiera, remitirse a puntuales situaciones relacionadas con lo sensorio, o a cualquier otra porción de la vida en común. Pero, en forma alguna perdurar en el tiempo contando con un aceptable nivel de interrelación entre ambos integrantes del episodio.

La lamentable posición de aceptar una convivencia insatisfactoria o deteriorada, va en puntual desmedro del concedente. Quien supondrá tener, si es que realmente se plantea el dilema, suficientes motivos para permitirse ser victima del desentendimiento. Caso en el cual ni el mismo amor es excusa valida; y se habla de excusa puesto que ese no es un sentimiento “de alta calidad”; si bien puede llevar al amor en su contenido. Todo es cuestión de porcentajes.

“Claro que hay almas gemelas, lo que difiere son las personalidades”

Cuando dos corazones, que laten al mismo ritmo reúnen el resto de sus cuerpos en este mundo, no existen concesiones ni sacrificios. Jamás podría haberlos, desde el momento en que en este caso es el corazón, y no el cerebro, quien gobierna el cuerpo físico del individuo. Aludiendo a lo evidente: un organismo humano sobrevive sin funciones cerebrales, mas, nunca sin el complejo sistema del corazón: músculo, sentimiento y pensamiento; más la capacidad, ya sospechada por la ciencia moderna, de directa conexión con la mente. La cual, según un derogado precepto, hacia exclusivo uso del cerebro para su contacto con el ser.

La personalidad, a su vez, también suele expresarse mediante el uso físico del órgano cerebral. Infundiendo en él sus pareceres, afecta nuestras actitudes; muchas veces contrarias al deseo del corazón. Siendo que este último no puede ser interferido directamente por ella, esta lo involucra en ese conocido estado de “lucha interna” y, aplicándole altas dosis de raciocinio, generalmente consigue anular su intuición y emotividad, relegando la función del corazón a mero “músculo”. Y en muchos casos ser el desconocido causante de colapsos cardíacos.

Si el sentimiento es lo suficientemente puro y capaz de brindar alimento a una creciente calidad de amor, los corazones entran en un estado de “vibración simpática” mediante el cual, y operando por su poderoso sistema integral, actúan sobre todos los patrones de comportamiento de los individuos involucrados, desde las precarias feromonas corporales hasta las más avanzadas ondas de relación sutil. En este estado, los desentendimientos son mínimos y el mayor espacio es ocupado por un amor perceptivo, y perceptible, que posibilita una comunicación virtual y directa entre ambos. Sin traducciones cerebrales de segunda mano y escasos egoísmos personales.

 

Es el conocimiento el que sucede a la experiencia. ¡Triste forma de recordar la nuestra! Forzados por los fracasos, solo avanzamos aprehendiendo lo ya aprendido y luego olvidado.

 

Atravesando las ruinas de varios bien intencionados cuanto apasionados intentos, vuelve uno a la soledad. Desde donde finalmente comprende, provisto ya de cierto entendimiento, que desandando el tan transitado camino de prueba y error, el error es repetir la prueba; puesto que la premisa de la que se parte es precisamente la que imposibilita el éxito del resultado.

El hombre, equipado con algo del saber, sorbido de la observación de experiencias ajenas y propias vivencias, se lanza a la búsqueda del conocimiento.

Ha sumado logros. Pero aún pena ante su incapacidad para la obtención de felicidad.  Años más tarde se le haría evidente lo inútil de esta pretensión; habida cuenta de la pobreza de los elementos con los que allí cuenta. Prescindiendo de esta escasez, su anhelo le recuerda a cada instante la inmediata necesidad de plenitud. En suma: una constante tortura.

A poco, su cuerpo, último receptor de esta frustración, asume la correspondiente sintomatología inarmónica reflejando el desorden del conjunto. Su psiquis, la de la neurosis.

Es desesperante, los médicos recetan fármacos relacionados con los efectos, puesto que desconocen las causas detrás de estos y, aunque les fueran colocadas delante de sus ojos, nada sabrían hacer con ellas.

Sobreviene el derrumbe, el desgano, la apatía. La personalidad también pierde sustento, manoteando en busca de un inexistente asidero, cae comprendiendo que ya nunca será la misma. Finalmente, el temor ya puede descubrir su rostro de sempiterno enemigo. A estas profundidades es del todo inútil continuar embozado; subrepticiamente ha logrado que el pensamiento repare casi exclusivamente en él y tratará de mostrar su rostro algo más espantoso de lo que en realidad es.

Siempre, se crea o no, uno está donde debe, y siempre hay un paso que sucede al anterior; automático o volitivo, en la misma dirección o en sentido opuesto, hacia abajo o hacia arriba. No existe cosa que pueda ser exhibida como estática, nada permanece en el mismo estado que el instante anterior, aunque así lo aparente. Todo es, excluyentemente, dinámico.

El cerebro traduce un sentir: desesperación, aparece un diagnóstico de texto: “Depresión”. Una sensación: ¡No hay salida! Una sugerencia: “La muerte”. Una moraleja: “Nunca debí salirme del camino”.

En cambio el Hombre sabe, sin saberlo, que todo es pasajero, que dentro su génesis se encuentran las viejas fórmulas que, no pudiendo remediar trastorno alguno, sanan todo curando la apariencia; que: la depresión es un mal evolutivo que solo el humano contrae, que: ante saltos cuánticos en este sentido, se debe encontrar suelo firme antes de sentar base para nuevas aventuras del ser, que: debió “descender a los infiernos para....”, que: contrajo un virus que lo acompañará por largo tiempo, y que este solo muere en territorios muy altos, casualmente hacia los que él se dirige, que: transita por el atajo, “ese angosto sendero”, que: afortunadamente logró salirse de la larga y casi circular autopista plagada de paraderos y distracciones; cuyo peaje abonara con su sangre tantas veces antes, ¡Que por allí encontrará su propia senda!

El terreno se encuentra convenientemente abonado en su plana negrura. Debe la voluntad cultivar la única semilla; la que en su crecimiento hacia lo alto encontrará la necesaria luz.

 

Sentado sobre el acostumbrado banco de plaza, silente testigo de sus tribulaciones de dolorido gambusino en busca de su yacimiento de verdad, reuniendo todo el coraje disponible, comienza a ilustrarse sobre como obtener sabiduría. No hay retorno. No importa que tanto tiempo lleve, jamás volverá a este mismo estado, a este mismo comienzo. Nada es exactamente igual a nada, ni a sí mismo.

En Algún Lugar, hay festejos. Otra conciencia está despertando.

 

El ego, usa su despiadada horda de “yoes” para torturar a la conciencia. El aparentemente sencillo proceder de pensar fuera de sus cánones, el mero acto de abrir la más pequeña ventana respirando el aire de otra realidad, dispara sus mecanismos de defensa. Contraataca multiplicando la cantidad de deseos, haciéndolos simultáneos, y excitando cualquier debilidad o inclinación de la que uno padezca.  Cuanto más cuestionada la razón permanezca, tanto más seguro resultará esto a su propia supervivencia.

La actitud es atendible; en la medida en que se produce un avance conceptual de la realidad y el pensamiento se va deshaciendo de su habitual ofuscación, comienza a crear corrientes térmicas que, si bien en algo pueden vapulearlo, también le mostrarán que tan distinto se observa el mismo paisaje desde cierta altura. El ego queda allá abajo asistiendo a la personalidad que lo alberga. Ya no se está “dentro de él”, ahora se lo puede ver casi como lo que realmente es: una herramienta con vocación de eternidad y deseos de mando sobre la verdadera inteligencia que lo ha inventado para valerse de él en su alternancia mundana. Misma que, usualmente, termina extraviando su destino y estableciendo dependencia hacía esta personal y pequeña creación.

Cuando “el observador”, dentro de uno mismo, tímidamente comienza a explicarse la paradoja de su vida con el aporte del nuevo instrumental obtenido en otra plaza de compras, la mirada se vuelve más aguda y analítica. A poco, calladamente, se va traduciendo el código tras el cual se escondían las extraviadas fórmulas. Tanto la personalidad como su sirviente, son descubiertos en su papel de conspiradores con misión de retrasar el paso en salvaguarda de su atacada hegemonía. Ambos fueron muy  útiles, y todavía pudieran serlo. Todo es cuestión de proporciones.

 

En su irremediable avance hacia el frente, el individuo se ha situado en campo minado. Los estallidos le sacuden. Los explosivos comienzan a ser detonados por una creciente comprensión y se van liberando, una a una, todas las personales falencias por él enterradas bajo la superficie del consciente. Este se notifica de esa existencia, ya sospechada, y amplía su información sobre sí mismo. Se distrae con la culpa, y lo alcanza la metralla. La alternante autoestima recibe los más duros impactos y también cae seriamente herida. Agravando la situación, el médico de campo nunca responde a los llamados del efectivo en problemas, sino hasta mucha sangre después; y solo luego de notar que es uno quien lleva en el brazo el símbolo que lo identifica como su único y omnipresente terapeuta.

En estos estados, la excluyente sensación de presencia constante es la de uno mismo.

“Es la soledad la que acompaña”.

La indispensable incorporación del concepto de Ser, le unirá más tarde con toda la creación. En tanto en la lucha se han abierto dos frentes de batalla: uno, combatiendo sentidamente contra el apego, los pequeños sentimientos, las pasiones y demás colecciones, para abandonar la zona de exclusión donde se mantuvo entretenido sin notarlo, el segundo, avanzando a sangre y fuego hacia terreno desconocido donde el suelo es inestable y el paisaje inexplorado. En esta última instancia, la única “munición de boca” a la vista con la cual sustentarse es la voluntad, y del caudal de esta dependerá el ir hacia delante, o salirse del juego hasta la próxima ronda. Así es que en estos parajes cantidad de semejantes permanecen largo tiempo torturándose ante la vista de su propia recién descubierta imperfección; o bien disimulándola, sin reunir lo necesario para continuar su programa en procura de la libertad. Aquella que siempre han poseído.

 

Pasos y pasos en el recuerdo que se dirige hacia este momento, el presente, que será la posible evocación del mañana. Ora en ascenso, ora volviendo al valle en busca de algo olvidado. Uno recuerda esos pasos con la simpatía propia de un padre que observa las primeras evoluciones de su hijo, en tanto él mismo se encuentra asistiendo a clases algo más avanzadas.

Bien se dice “que no se podrá añorar aquello que se desconoce”. Lo ignoto, permanece como tal por no haber sido registrado por la conciencia. Por tanto, forma parte de ese extraño universo donde moran las cosas que no son, en vecindad con aquellas que serán o pudieran ser. ¡Infinitas cuánticas posibilidades!    

El deseo pone de manifiesto la posesión de cierto tipo de información acerca de la existencia de lo deseado, dado que es del todo imposible ansiar algo totalmente desconocido. Sucede que esa intuición es la invocación al recuerdo de algo “ya en cartera”, parte del patrimonio personal y exclusivo, aunque albergado fuera de la memoria presente.

El incentivo está firmemente incorporado a la estructura básica del ser y, si bien debe ser activado en cada cuadro de la secuencia que conforma la vida toda, reacciona empujando tenazmente la voluntad en procura de su objetivo del momento: la “necesidad” de cada encarnación.

Aún padeciendo los avatares del cambio, uno, intuye primero y se informa luego, sobre la presencia del objeto de su búsqueda. Esta es una situación de larga permanencia, por cuanto cada caminante se ilustra sobre lo que desea, debiendo luego incorporar estas enseñanzas, haciéndolas suyas y de automática respuesta. Ese mero ejercicio de aprendizaje e incorporación será rutina durante los períodos de radicación del alma en planos donde aún existe un evidente obstáculo para la inmediata identificación con la verdad; aún luego de ser esta hallada como resultante del trabajo de búsqueda al que uno mismo se ha obligado.

Un consciente suficientemente apegado a una idiosincrasia mundana habrá de oficiar de pesado lastre ante la inminencia de un vuelo espontáneo. Siendo menester, en este caso, la inversión de una cantidad absolutamente impredecible de tiempo, previo a la asimilación de cada información que conduzca más allá del área de lo acostumbrado.

Uno, inmerso en su exploración, a poco va extraviando los rasgos con los que los semejantes de su entorno solían bosquejarlo, a la vez que el manto de disimulo con el que venía cubriendo su contrabando de ansiedades y pequeñas realizaciones. Consecuentemente comienza por despertar una creciente curiosidad entre estos, para adquirir más tarde reputación de neurótico aspirante a la enajenación. No obstante se pudieron vislumbrar algunas reprimidas expresiones de admiración en ciertos consecuentes practicantes de la banalidad. Lo que permite reafirmar aquello de que cada acción, aparentemente individual, es conexa, en mayor o menor grado, con la percepción de otros entes vivos, afectándolos en alguna forma y a diferente profundidad. Por tanto, parte de nuestro comportamiento, pensamiento, y sentir, es producto de ajenas influencias, y de esto se deduce la importancia del circulo de relaciones dentro del cual nos desenvolvemos. ¡Que para influjos provenientes de emisores desconocidos o lejanos, la profilaxis requiere de cierta especialización!

 

En un momento cualquiera de un día calladamente especial, un hombre ya maduro se levanta, creyendo que será para siempre, de un antiguo banco de plaza, donde periódicamente y durante años se ha sentado a cavilar sobre los porqués y el motivo de su participación en ellos.

Con la mano posada sobre el sitio en que solía alojarse su recientemente extraída vesícula biliar, ligeramente encorvado a causa del dolor mira hacia lo alto y comienza a andar.

No hubo despedidas para esta partida, solo algunas palabras con los muy amados hijos. Esas almas análogas que, por su intermedio, decidieron descender a este aquí, y en ese ahora, y con las cuales siempre existirá un indescifrable “parentesco espiritual”. Consanguinidad esencial de cierto grupo de seres cuyos sinos se entrelazan entre experiencias mundanas y posteriores actividades en otras esferas. Aún en la circunstancial separación, como muchas aves, quien está en vuelo apoyará al compañero que se ha posado herido en tierra.

 

Es inútil detenerse y armar tienda en tierras del sentimiento. “La principal obligación del hombre...”.

Transpuesto el tiempo que natura otorga previo a los momentos del despertar, cualquier posterior decisión no puede ponderarse con el factor del deber hacia los hijos que, en esta oportunidad han acordado previamente llegar a través de este padre y esta madre. Podría alguien, en su presente necesidad, permanecer junto a ellos o partir tan lejos como esta le sugiera. No hay manuales, la generalización solo existe en las patéticas aulas de muchos de los claustros “educativos” del planeta. Cada cual debe descifrar y aprender sobre lo escrito en su texto personal.

Si cada individualidad es poseedora de su propia historia, necesitada de encontrar el conocimiento y la experiencia que solo a ella han de serle útil, es necio utilitarismo el pretender una enseñanza “seriada” de conciencias provenientes de distintas trayectorias y en rumbo a diferentes direcciones.

  En lo que atañe a lo filial, no hemos incorporado aún el sabido hecho de que la distancia no afecta al amor de altura. Llegará el momento en que dejaremos el sentimiento alrededor de los cuerpos exigiendo su proximidad, para, en paso hacia lo Supremo, ejercitar el amor entre las almas.    

  

Uno, viandante de la vida, se convierte en vagabundo de los caminos del mundo.

Podría haber sido monje, discípulo o estudiante de cualesquiera escuela de conocimiento o religión. Ciertamente esta posibilidad rondó durante algún tiempo en los pensamientos de este maltratado buscador, pero siempre algo lo detuvo: la doctrina, el dogma, lo axiomático o excluyente allí donde todo es abarcante. El camino de conocimiento que conduce al Todo, mal puede predicar sobre la parcialidad o la exclusión de una parte por el solo hecho de transitar por diferente sendero. Al final, todas las rutas convergen en una gran corriente de comprensión y amor. La única descalificación posible es la que cada cual se adjudica a sí mismo en función de sus yerros.

Los pasos se suceden y el original desconcierto, producto de no saber hacía donde conducir este alojamiento temporáneo que parece contenernos, a poco va dejando lugar a una creciente certeza sobre el correcto destino que cabe a cada etapa.

Uno se siente extraño al ejercer el uso de su tiempo. Ese que, finalmente, le ha arrebatado al medio que lo retuviera durante tantos años.

Si bien es esta una situación con la que  muchos hemos jugado en nuestra imaginación, siempre se la acompaña con alguna, ya cumplida, condición liberadora de las causas que nos lo han impedido hasta el momento. Sea el encontrarnos con un suficiente caudal de dinero, con la salud perdida, con una separación de pareja, o cualquier otra excusa que hayamos dado por razón.

Es realmente distinta la obtención espontánea de la libertad por ella misma; sin más tramite ni milagro que la posibilite. Decidiéndose a pagar por su tenencia el impuesto que las normas y costumbre seguramente tarifarán para estos casos.

Siendo lo que somos, entre otros, por consecuencia de nuestras decisiones, estas son causa, y lo que venga solo efectos. Quien esté bien dispuesto para afrontar esas consecuencias, cualesquiera que ellas sean, se encuentra suficientemente equipado para resolver lo que se presente. No obstante, cada uno siempre está donde debe hacerlo y, cuando cambia de trabajo, de sentimientos, de traje o de planeta, continua en su sitio; solo que de manera distinta.

Según se ha transmitido a través de los tiempos, el rey Salomón, arquetipo cultural de la sabiduría, gravó en su anillo la siguiente leyenda: “Esto pasará también”. El antiguo soberano del actual pueblo hebreo, tendría seguramente sus motivos para haberlo hecho, pero la inscripción nos recuerda la inexistencia de un statu quo en la programación de toda vida.

La gabela realmente se debe abonar. Y la única moneda aceptada en ventanilla es la del desapego.

Los últimos años “en sociedad” hubieron sido por demás dolorosos. Tras el postrer fracaso de pareja sobreviene la enfermedad del cuerpo, acusando ambos hechos ciertos desajustes más profundos en un individuo que trataba de adaptarse a un medio que no le satisficiera desde origen por irreal e inconsistente.

Todo consume un cierto período de nuestro tiempo. Así la maduración de una certeza; tal aquella de que ya no se pertenece al sitio socio-cultural en el que se ha desenvuelto, desde el terrible momento en que uno se sintió distinto. Ese mismo en que comenzó a notar que, en la mayor parte de las oportunidades, se encontraba más a gusto solo, en estrecha comunión con su entelequia, que  acompañado por sus semejantes

¡Uno consigo mismo! ¡Ese era el gran papel de la obra! Pero hubo sido menester previamente el conocer las propias carencias, debilidades, abdicaciones, concesiones y egoísmos. El haber vivido obcecadamente el afuera, para notar la ineludible necesidad de componerse con los materiales de interno inventario. El asco del disimulo, ante la compañía generada por el compromiso; olvidando el propio necesario respeto a una manera de ser que pugnaba por manifestarse en un ambiente inapropiado. Lamentable intento de vulgarización de su particular esencia en aras de una ubicación social que no le acogía.

Nadie se halla donde no debe. Y esta “desubicación” fue inevitable hito en camino hacia la comprensión de que nada le unía a ese estrato cuyo modelo priorizaba lo convencional sobre lo auténtico. Fue necesario, no solo como aprendizaje, también para cauterizar cualquier posible nostalgia que, lidiando contra el dinamismo del cambio, idealizara pasados donde lo único rescatable hubieron sido algunos puntuales e indispensables paréntesis. Oportunidades en que el alivio que deviene como fin de un dolor solo precede a otro padecimiento originado en la misma, u otra, causa.

 

Todo humano se encuentra provisto de muchas capacidades en diferente nivel de desarrollo. El hecho de que no las note, omitiendo su uso, se debe a que su atención se enfoca en otras cuestiones determinadas por el interés de la intención. Siendo esta, la que se aventaja con su presencia a la secuencia de eventos que culminarán con la consecuente acción del individuo. Estos “poderes” están relacionados con la facilidad en calificar de cierta manera la energía que recibe, dirigiéndola luego, según determinados patrones de acción. A poco que la conciencia modifique su horizonte, recuperando el genuino interés por lo auténtico del ser del que forma parte, comenzará a notar el paulatino desarrollo de las facultades que han quedado relegadas.

 

Uno, en la medida en que va extraviando los temores en el camino de la entrega a sí mismo (que a todos incluye), se reencuentra con la intuición proveyéndole de la seguridad de un certero accionar. De forma tal, comienza a reconocer la huella que deben dejar sus pasos con destino hacia donde será de utilidad.

El camino comienza e exhibir señales con mayor frecuencia, haciéndose estas paulatinamente más perceptibles. El Ser decodifica e interpreta con mínimo margen de error, traduciendo la pregunta implícita en cada duda. La seguridad va reemplazando al desconcierto y el peón se mueve eficazmente sobre el cósmico tablero de su vida; en válido servicio hacia sí mismo y sus semejantes.

El niño solitario y taciturno, ajeno a su medio, confuso ante la falta de auténticos vínculos con el entorno en que ha decidido actuar, ha llegado, luego de una vida de permanente búsqueda, al punto de evidencia consciente. Serenamente maravillado acepta gozoso la recuperación de una parte de lo que Es. Otra etapa se ha cumplido.

En Algún Lugar, se reiteran los festejos.

 

El espectro de comunes posibilidades se amplia progresivamente. Uno, comienza a cuestionarse el porqué de las limitaciones, justo en el punto en que percibe que puede trascenderlas. El cansancio del cuerpo físico, con el que el camino tortura a su huésped en respuesta al continuado esfuerzo del traslado de la materia, deja de ser un factor proporcional al trayecto recorrido. Los dolores viscerales, que de continuo se presentaran en la zona del plexo solar, van perdiendo esa aparente autonomía que les hacia temibles e impredecibles. Comienzan a ser plenamente identificados con sus causas, y desechados, sin mayor esfuerzo. Cada padecimiento, cada dolor, cada malformación, sean estos físicos o psíquicos, y hasta los eventos supuestamente accidentales, de cualquier tipo y magnitud son solo... consecuencias. El temor desaparece, la comprensión gana ese espacio y el individuo tiende a completarse con la realización de un manejo de sí mismo que otrora no ejerciera. Las fronteras van cayendo, los arcones sagrados comienzan a abrirse mostrando algo del infinito caudal que poseemos.

Dentro de las filas que componen la multitud de efectivos con los que se cuenta en esta lucha individual por el crecimiento, existe una automática comunicación que permite a la totalidad de la fuerza un coherente avance hacia su objetivo.

Tomada la decisión de marchar, no es necesario establecer el orden y forma en que los pies deben andar para cumplirla. Del mismo modo que cada paso dado moviliza armónicamente a un cuerpo físico en descanso, cualquier progreso en lo sutil succiona a todo el conjunto organizado conceptualmente, generando un importante estimulo no siempre percibido objetivamente, sino más bien por sus resultados.

Es así como se van presentando respuestas manifiestas al deseo de ayudar, de sanar, de enseñar.  

Este redescubrimiento, que es mucho más amplio que lo que sus evidencias momentáneas pueden exhibir, implica una creciente percepción del concepto de totalidad. Haciendo, simultáneo al propio, el beneficio para todos los seres involucrados en la biosfera en circunstancial transito por el planeta. Para toda vida, sea esta o no en materia.

Aunque no esté consciente de ello, todo ser que progresa realiza algún aporte a la conciencia planetaria y, mediante esta, a la misma evolución universal.

Uno, no nota cambios en lo que cree ser, más bien algo similar a un despertar de posibilidades que siempre supo tener; no obstante mantenidas en desuso. Lo que no puede dejar de percibir, es que este recupero de facultades se obtiene como resultante de una audaz decisión: la lucha en procura de abastecer sus propias necesidades, dejando atrás lo que otros pudieran considerar conveniente. Fue esta medida la responsable de la catarsis producida en una necesaria depuración de componentes, de manera tal de proveer a los nuevos requerimientos de una conciencia en expansión. Siendo el benéfico efecto de esa dramática elección, el nacimiento de pequeñas alas, aunque solo aptas aún para cortos vuelos.

Más importante que llegar muy alto, es el haber logrado despegar del suelo.

Seguidamente las evidencias se hacen notorias. Un solitario perro herido en una de sus patas, insiste en seguir obstinadamente los pasos del humano que, sin haber notado sus esfuerzos por llamarle la atención, transita ensimismado por la banquina de los rieles ferroviarios. El dolido animal, logra finalmente ser tenido en cuenta. Sus ojos, en una silente súplica, se fijan firmemente en las pupilas que lo observan, y con total seguridad aguarda esa ayuda que necesita. Es simple, ha pedido algo a quien lo tiene y, de alguna manera, sabe que esa solicitud será satisfecha. Solo espera y transmite ininterrumpidamente el mismo mensaje cargado de fe.

La atención del caminante descubre la presencia de esa vida, luego de que la percepción ya la hubiera notado y, tomado el requerimiento, es plenamente identificado tan claramente como si partiera desde un sector de uno mismo. Se produce una total consubstanciación.

La acción responde al deseo de efectuarla y, en forma suave, dentro de una colorida bruma de destilado sentimiento, se produce el acto iniciático, la vuelta al poder hacer. 

La lesión del perro, que no responde al orden armónico de la vida concebida sin sufrimiento ni menoscabo, retrocede y desaparece compelida por un mandato superior. El can, en papel de mendigo, ha recibido aquello de lo que carecía de manos de otro ser, en apariencia superior a él, poseedor de ese bien recuperado mediante el ejercicio de su albedrío.

Alguien observa, y sonríe, dos partes de Si Mismo han llegado a un nuevo hito en el camino de vuelta a casa.

El animal, representante no individualizado, de un espíritu en distinto grado de evolución, guardará seguro recuerdo de la entrega recibida. No hay una clara comprensión del hecho, pero sí una efectiva percepción de lo posible del intercambio desinteresado entre las porciones de una única creación. Hay agradecimiento y hay amor. El cosmos, por este solo caso, ha sutilizado algo de su material emocional.

Uno se sorprende, más no de lo logrado, que en esto no hay otro mérito personal que el de haber alcanzado cierto orden sintónico como para servir de nexo entre quien pide y Quien siempre otorga. El asombro proviene de notarse aceptando, en toda su naturalidad, un acto absolutamente ajeno a cualquier experiencia en recuerdo, y sin que ello haya producido ningún “efecto secundario” en su situación armónica. Así la cólera, la pasión, la nostalgia o el necesario amor, reflejan sus luces sobre la pantalla del cuerpo físico, afectándolo en grado parecido a la profundidad de la causa. Esto, en cambio, ha sido algo automático, tal el respirar, digerir un alimento o circular el fluido sanguíneo. Algo espontáneo e inherente a su propia esencia humana

He ahí un axioma digno de ser tenido a cuenta de futuro: “la sencillez de un acto en el que uno interviene oficiando como conductor de una energía superior, a diferencia de los esfuerzos físico- racionales, conlleva la gracia del aporte de luz que la química del espíritu entrega con su paso”. Sin jadeos funcionales ni emocionales. Porque en estas acciones de superior “mendicidad” el ser se adhiere a una organización de auténtico intercambio. Se asocia al holismo de un proceder sistémico, obteniendo el beneficio que ello implica.

No obstante, el ejercicio de proyectar la copia de cada evento acaecido, a un posible suceso de un imaginado futuro, en la búsqueda del modelo de comportamiento que lo haga universalmente aplicable, es un impulso originado por la premisa errónea de que el pensamiento debe ser parte en todas y cada una de las cosas que cada vida, inevitablemente, encuentra en su camino. Estos devaneos consolidan la duda existente detrás de cada creación ilusoria. Así concebidas, sin la certeza de la fe, como no podría ser de otra forma, estas forjan temores relacionados con el “como proceder” en ese conjeturado momento a llegar.

El aceptar cada puesta en escena, sin la presencia del apuntador de turno, regenera la capacidad intrínseca del saber “ya sabido”. Se debe recordar el libreto original, donde está descripta cada acción con su correspondiente parlamento. Pero el actor no procesa cada suceso del guión, sino en el momento preciso en que le toca interpretarlo; aunque tenga, en alguna parte y bien sabida, toda la obra en cartel.

Veamos, siendo evidente que el individuo es bien capaz de prestar una puntual ayuda a sus compañeros de planeta, ¿como administra este beneficio? No es el caso de plantar algún “centro de curación indiscriminada”.

Sabido, tal como lo es, que cada uno lleva bajo el brazo del alma su programa de aprendizaje, y este contiene ciertas situaciones de apariencia desafortunada o dolorosa, que indeclinablemente debe sortear. Si bien es cierto que cualquiera de estas “desventuras” pueden ser obviadas, no menos lo es que el agente causativo de esta modificación no es otro que el titular de la individualidad. ¿Cómo no dañar al sujeto con un auxilio, que aunque parezca eficaz y oportuno, estará retrasando sus necesarios tiempos de experiencia?

Según rezaba un antiguo dicho de la abuela, “no hay comedido que salga bien parado”. Pudiendo uno temer que su participación como medio no sea conveniente allí donde por razones particulares del caso, no se deba alterar el curso que marcan los acontecimientos.

Cavilando sobre su competencia en estos asuntos, es como uno toma distancia de las respuestas que está buscando, dado que ese no es el medio idóneo para encontrarlas.

La misma inteligencia que lo ha asistido en el logro de una cualidad benefactora, conciente de la pequeñez del adjudicatario de la misma, se ocupará tras bambalinas, de indicar con inequívoca precisión el caso en que corresponde utilizar, a este humilde extremo de una larga secuencia, como ejecutor de una acción que este todavía no puede decidir, ni está aún en capacidad de comprender plenamente.

Quizá uno de los pocos casos excepcionales que han decidido misionar en este mundo, haya sido el de Jesús de Nazaret. Sabedor de las causas, se prestó para producir los efectos, con la particularidad de que llevaba en sí mismo la conciencia despierta de El Cristo y la función mundana del “hijo del hombre”. Energía y materia. Lo sutil fluyendo, y su condensación, todo simultáneamente. Desde su altura en la escala evolutiva, y refiriéndose a sus milagros, aseguró a sus discípulos que “harían cosas más grandes que las que él había efectuado”. En forma alguna esto significa que ellos pudieran ser “más grandes” que su maestro. Pues, en contra de ciertas apresuradas afirmaciones, la altura de un hombre no se mide por la humana apreciación de sus obras. Siendo que el ser que produce estas manifestaciones “sobrenaturales” es solo el hilo conductor, si así lo manda su albedrío y evolución, del cual se valen ciertas fuerzas necesitadas de materialización.

Ha habido grandes avatares en cuya obra no estaban incluidos esos actos absolutamente naturales a los que denominamos “milagros”. De inversa manera, meros servidores de “buena voluntad” han venido con la misión de sacudir al sonambulismo reinante, y proclamándose humildes herramientas del Poder Divino, realizaron para ello evidentes demostraciones de este tipo; interviniendo para bien en muchas oportunidades, pero solo “cuando el fruto estuvo maduro”.

 

 

Todos los caminos son nuevos, aunque ya se hayan transitado. No será el mismo polvo el del sendero, ni la piel de la planta que lo pisa. Nada permanece igual. Y nadie es igual a lo que hubo sido un instante atrás.

No obstante, todos somos conexos con lo que fuimos, así como cada paso de un mismo andar debe su impulso al anterior.

Uno debe ahora partir a reencontrarse con la actualidad de parte de su pasado. A intervenir oficiosamente en las vidas de almas muy ligadas a su propia infinita trayectoria. Corrientes de vida que serán, sin duda alguna, nuevamente en su futuro. 

 

Una creciente sensación de succión que jala desde una mente que amorosamente le invoca, es el síntoma que marca el nuevo rumbo.

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-Hace ya tiempo, en una de tus notas me escribías que si alguna vez te necesitara realmente solo tenía que sentir tu presencia y, sin distracciones, hablarte directamente al corazón. Tú sabrías del llamado y acudirías a mí. ¡Papá!, nunca lo creí verdaderamente, pero presa de la desesperación seguí tus indicaciones y ¡aquí estás! Es realmente maravilloso-.

La joven mujer le habla a su padre, quien elegantemente ataviado, se encuentra sentado junto a ella en un viejo banco de plaza. El hombre, que se acerca a la ancianidad, la escucha atentamente sin dejar de observarla mientras sonríe amorosamente.

Ella llora, en tanto se suena la nariz, explica el porqué lo hubo convocado. Su pequeño hijo se encuentra aquejado por una seria dolencia. Una súbita inflamación de las membranas meníngeas lo mantiene internado desde hace días, su salud empeora paulatinamente y los médicos se muestran cada vez más reservados y técnicos en su leguaje. Dejan entrever que, dada la gravedad del caso, si el paciente lograra sortear el cuadro agudo superando la inflamación, pudiera registrar alguna disminución de sus facultades Todo lo cual, comprensiblemente, no hace sino aterrorizar a su madre.

Es en estos momentos de desconcierto en que toda seguridad cae rodando cuesta abajo, que recordamos a algo, o alguien, que, poseedor de cierta virtud que estamos añorando, pueda servirnos de circunstancial apoyo.

-¡Te llamé porque te necesito papá! Siempre me has dado seguridad, ahora mismo me es preciso contar con ella. No puedo seguir en este estado y brindar adecuada atención a mi hijo-

 

El hombre toma de su bolsillo un impecable perfumado pañuelo blanco y, secando con él las lágrimas de amada hija, la mira profundamente a los ojos. Busca algo, pero se detiene un instante en la observación de ese rostro expectante que le pide ayuda como solía hacerlo cuando era niña.

En un “cuántico espacio” entre los cuadros, vuelve la pequeña carita de una diminuta alumna del jardín de infantes, agitando sus trenzas en carrera hacia sus brazos, desconsolada por la pérdida de algún objeto, ahora si extraviado en la memoria de los años. Un pergamino con material del sentimiento se desenvuelve detrás de sus pupilas proyectándole cada secuencia de la vida en común con su hija, desde su nacimiento hasta el presente.

Recuerda cada emoción, cada situación graciosa, cada cosa con la que ella hubo enriquecido su vida. No es procedente, se dice, si esta es, o no, una experiencia común a todos los padres, lo cierto es que la misma vive en mi corazón, y es con el que yo palpito mis afectos. Como nada es circunstancial ni fortuito, estos seres, mis hijos, me acompañan en esta vida porque así debe ser, y esa es la causa de mi afinidad con ellos. Ese reconocerme en sus miradas, esa desesperación al comprobar que su adolescencia les afectaba tanto como una dolencia mal sana que podía alterar su rumbo alejándolos de mí por esta vida. Ya he soltado sus manos en la libertad de su destino, pero nunca totalmente.

Un nuevo sollozo de su hija le saca de sus pensamientos volviéndole la atención hacia la dolorosa actualidad que a ella toca. De cualquier forma ya había encontrado lo que buscaba.

 

Tomados de la mano, padre e hija ingresan al utilitario sanatorio de medicina prepaga. El establecimiento, mezcla de empresa mercantil y centro de despacho de salud, entrega allí los servicios previamente abonados por sus asociados. Mismos que ahora, en jerga local, se denominan “pacientes”.

Él trata vanamente de mantener la atención en lo que está sucediendo a su alrededor, evidentemente incómodo ante el ambiente que lo rodea. En tanto su hija lo conduce por un gélido laberinto de pasillos sintéticos y tardíos elevadores de acero.

La acongojada madre apura el paso en procura de un rápido reencuentro con su hijo. Sorprendida, nota de pronto que su acompañante la ha abandonado perdiéndose en algún recodo del séptimo piso, “Sección Pediatría”.

Aún sabiendo de las rarezas de su padre, no puede evitar estar molesta con él. Primero la obliga a sentarse en un banco del parque como si solo estuvieran de paseo, luego la observa durante largo rato sin decir palabra, ¡y ahora esto de perderse como un niño!

Desanda el camino procurando encontrarlo mientras trata de imaginar como pudo haber extraviado el rumbo a solo unos pasos detrás de ella.

Finalmente logra encontrarlo, sentado sobre un espantoso pero moderno émulo de sillón, ubicado en una estrecha salita de espera fuera de uso en esa hora del día. Una vez más, abstraído en vaya a saber que pensamientos, no da señales de notar su presencia ni de escuchar las recriminaciones que espontáneamente la indignación pone en su boca.

Con un gesto que no admite negativas, el hombre del sillón le indica que tome lugar a su lado. La joven, con el rostro congestionado por el enojo, parece a punto de estallar. Sin embargo, ante la directa mirada de su padre, la negativa carga va drenando mansamente, sin palabras ni estruendo.

El arrebato deja paso al asombro y, a poco, ella se pierde en esa visión que la va envolviendo; lavándola de todo temor y proporcionándole un sosiego ajeno a la hora de inquietud en la que está inmersa. Se siente confortable, amada y reconocida como lo que Es, desde un punto absolutamente esencial que nunca antes nadie había despertado.

Reconoce esa mirada, pertenece a quien ella ha apodado como “El Custodio de los Sueños”. Figura luminosa que aparece durante ciertas noches para sonreírle y acariciar su cabecita de niña, descansando relajadamente sobre una almohada con bolsita de lavanda. ¡La lavanda! ¡El aroma que siempre ha asociado con su padre!

Dentro de este maravilloso estado de paz y comprensión, escucha su voz que le cuenta como ha estado conversando largo rato con su nietito enfermo, que esta ya está fuera de peligro, y más animoso.

Una corriente de aire frío se cuela por una hendija de la conciencia, haciéndole saber de lo imposible de esta afirmación, por cuanto solo hace pocos minutos que....Rápidamente descarta la duda, esto es sumamente importante como para dejarse arrastrar por la intrusión de razonamientos prácticos. La voz de sus sueños continúa con su monólogo, reiterando que el niño ya está mejor, que pronto sanará y que con toda seguridad no tendrá que lamentar secuelas negativas como resultado de la enfermedad. También le dice que algún día, tanto ella como su hijo, sabrán el porqué de la misma y que debe recordar las cosas que él le ha enseñado.

La alegría inicial se tambalea ante la falta de lógica de esta poco creíble afirmación. La mente entabla su cotidiana lucha con el corazón. Este siempre confía, ella continuamente analiza lo que debe, o no, ser aceptado.

Antes de que pueda salir de su ensueño, dentro aún de la cálida neblina que la envuelve, siente el profundo mensaje de amor que el abrazo de su padre le entrega junto a algunas pocas palabras de despedida.

 

Una mano temblorosa empuja la puerta del cuarto 717, ubicado en el contrafrente del edificio. Desde ella, el rostro bañado en llanto de una joven observa como su hijo entona un cántico de su creación pidiendo, a voz en cuello, su plato favorito.

“Solo cuando el fruto está maduro”.

¡Mamá, que lástima que no hayas venido antes! ¡El abuelo vino a visitarme, como siempre lo hace en las noches, pero ahora me dio permiso para contártelo! Pero solo a ti.

 

 

 

La figura, encorvada por el peso de los bultos, descarga las cajas que transportara en el viejo vehículo todo terreno desde la última estación del ferrocarril.

No saluda, no se presenta ante el jefe de la comunidad y no emite palabra alguna. Arma diestramente su tienda de campaña junto a los árboles. Inmediatamente enciende una hoguera y cocina sus alimentos.

Luego de la cena higieniza meticulosamente los utensilios de los que se hubiera valido, se sienta y espera con la vista perdida en el firmamento nocturno. Él sabe que Alguien vendrá.

Un inusual silencio cubre el poblado. Los niños han sido advertidos de no salir de sus chozas. El consejo se halla reunido desde hace rato. El hombre que ha llegado no es un visitante ocasional, eso lo saben con certeza. Lo estaban esperando, y conocen a que viene. No obstante el protocolo tribal debe seguirse, y este manda que se efectúe una asamblea ante cada acontecimiento de importancia para la comunidad.

No se debe hacer aguardar más tiempo al recién llegado, eso sería ofensivo y podría predisponer su ánimo en forma poco favorable. Solo un hombre podrá ser su interlocutor y único contacto personal. El mismo que mantuviera comunicación con él en el pasado inmediato.

 

 

El hombre de la tierra se acerca lentamente al fuego del recién llegado, se coloca en cuclillas y arroja un pequeño leño a la pira. Es el símbolo de su aporte al calor que comparten. Seguidamente toma un fino hueso pendiente de su cinturón de hebras vegetales, y traza una línea sobre el suelo en sentido este -oeste. Su acompañante observa el signo con mucha atención, luego, lentamente elige de entre la leña seca una varilla de sauce, la acerca a la lumbre y una vez encendida dibuja con ella una recta con dirección al este, acompañando a la del indígena.

Era menester una formal presentación en este lugar y momento. Verdad es que ya se conocían, pero eso pertenece a quienes hubieron sido en otro estado de percepción. Ahora, cubierto el protocolo enunciando su posición y jerarquía, pueden mirarse a los ojos y continuar más íntimamente su diálogo.

Quedó claro que uno se mostró como “el que sabe caminar hacia las alturas de la noche”, en tanto el otro debió definirse como “aquel que está en la luz del día”.

La terminología es circunstancial y un bien de uso cultural, el símbolo trasciende esos niveles haciéndose universal y atemporal.

Alguien (Quiñeche) es el místico de su pueblo. El encargado de interpretar y producir los ensueños nocturnos. Un instructor sobre las costumbres rituales heredadas de sus ancestros y el responsable de transmitirlas. Por esto último hubo usado un antiguo hueso humano como herramienta de expresión.

El que ya ha alcanzado cierta luz en el día (vigilia), es un maestro que se desenvuelve en pleno uso de su conciencia, y habiendo trascendido su parte oscura (el subconsciente nocturno), “está” (Ser) en esa luz. Valiéndose de una vara recta encendida en un extremo, como emblema de su búsqueda de la iluminación, representa su forma y su destino.

En el paralelismo de ambos trazos se reconocen compañeros de ruta. Tanto uno como el otro se desenvuelven discretamente en los niveles en que su capacidad y voluntad los ha colocado. El primero viene del levante hacia el poniente en espera de la diosa de la noche, la que lo ha de proyectar hacia el mundo de los sueños; siendo esta su forma de trascendencia. El segundo, en cambio, apunta al sol, luminaria del sistema.

Lo más importante “es haber levantado el vuelo, y no tanto su altura”

El machi, médico de su comunidad, es denominado Quiñeche por los suyos. En tanto al que en respuesta a su llamado vino del norte, ellos lo llaman Huente.

Se han entregado los papeles en esta interpretación. Por un lado está el maestro que debe enseñar y aprender. Por el otro, el discípulo que ha de aprender y enseñar.

Las partes del Todo se aportan elementos unas a las otras e intercambian funciones, puesto que se encuentran en línea ascendente.

 

¿Por qué Alguien es quien es? Esa es la pregunta de esta noche.

El chamán deja el cuestionamiento en manos de su interlocutor y se retira a informar al lonco sobre la formalidad de la recepción. El cacique, ni nadie en la aldea, nunca se atreverían a preguntar sobre el tenor de la conversación mantenida. Solo por unos días, “Nguenechen” les ha enviado a un semejante que, siendo de otro medio cultural, se encuentra en camino de pertenecer a todos los que integran la raza. Vino para abrir algunas puertas que han permanecido cerradas para ellos. Eso es un privilegio que pocas veces se otorga en la vida de una tribu. Deberán saber como aprovecharlo.

 

Uno, ha debido tomar cierta distancia de su entorno como preparación ineludible, previa a un significativo cambio de dirección. Esta dirección.

“Como es arriba es abajo, como es abajo es arriba”. Este antiquísimo axioma Hermético expresa la similitud entre los distintos estratos vibratorios en los que el ser se desenvuelve. Si bien existen obvias desigualdades entre ellos que justifican su diferenciación en distintos niveles, es aplicable el ejemplo de los sectores que conforma una misma organización. Todos responden a una pauta de comportamiento en común y esa totalidad está atravesada por los mismos meridianos, aunque varíen las latitudes.

La labor a encarar será, según el eco percibido, fundamentalmente abstracta, de ilustración e investigación, previendo, dado la idiosincrasia de los semejantes a tratar en la cuestión, alguna exploración por cercanas esferas de este concéntrico sistema planetario.

Quien hace uso de sus vestiduras las asea periódicamente, pero con especial atención si la situación así lo amerita. Como es natural, y antes de mudarse de prendas deberá ser atendido en su higiene el cuerpo que ha vestirlas. Si para el presente modelo fuera menester el uso de un abrigo, este ha de acompañar con una calidad y pulcritud acorde al resto. “Tanto arriba, cuanto abajo”.

Si bien es cierto que el puente para sortear el río de la apariencia debe estar en condiciones de ser transitado, este solo comunica las zonas que están profundamente unidas. Todo forma parte de un mismo suelo.

Luego de unos días de soledad, dedicados a acondicionar lo mejor posible, lo de abajo y lo de arriba, surgió claramente el sitio y momento de la cita.

 

Nuestra propia creencia en el orden que nos rige, se tipifica en párrafos tales como “Cada cosa a su tiempo” (“Un tiempo para cada cosa”) o el curioso: “Lo primero es lo primero”.

 

El fuego, cumplida su función, deja paso a las brasas. En un sistema de interpretación espaciotemporal simplificado como unidireccional, donde las secuencias se suceden como con-secuencias de lo antes acaecido, lo primero es el fuego que ha de originar las brasas. Aún en este sencillo aceptar los postulados escolares de algo, se está obviando la primera alternativa referente al sentido de la trayectoria del observador, aún en la misma dirección.

Supongamos que se da por sentado que una vía de circulación parte de A para llegar al punto B. Pero en realidad sucede que esta es una ruta de doble mano. Aunque la mayoría de los transeúntes solo realizan el recorrido mencionado por desconocer el modo de cambiar de sentido: de B hacia A.

Si lograran hacerlo, entonces podrían observar primero las brasas y luego al fuego. Quizá en ese trayecto no se hablara de hechos y consecuencias, o talvez se aceptarían naturalmente inversos al orden común para nosotros.

 

Cuando se apagó la hoguera frente a la tienda del visitante, toda la gente de la tierra se encontraba descansando en el sueño. Aunque algunos, con gran destreza, hacían uso conciente de este medio para, ya “despiertos en el cuerpo de la noche”, disponer de actividades, que si bien similares, no son factibles en el mundo de la vigilia.

“Como es arriba...”

El maestro aguarda la llegada de Alguien, mientras evalúa los efectos que sobre éste causa la demostración de esta noche. Todo en presente, pues tiene ante sí las brasas y el fuego.

Recostado sobre la copa de un viejo árbol que brilla radiante en la noche del mundo astral, observa atentamente la figura de La Cruz del Sur en un exagerado firmamento estrellado. Debe ser cuidadoso con esa observación, pues a poco de concentrar su deseo en la presencia de esas figuras celestes, podría encontrarse viajando hacia ellas sin más vehículo que su cuerpo, de uso en ese mismo plano, y a velocidades solo relacionadas con la intensidad de esa pretensión.

 

La persona que se ha llegado hasta el desierto debe comportarse siguiendo ciertas normas que hacen a las características del lugar. De igual manera quien se encuentra en zona pantanosa, o conduciendo una nave a diez mil metros de altura. Así, y en este caso, uno debe adecuarse a la naturaleza del mundo que lo alberga. Tantas veces como cruce el umbral de cualesquiera de sus puertas, porque de otra forma no podría desenvolverse en él.

 

El cuerpo más sutil del hombre que se halla situado en la parte superior del árbol, se encuentra cubierto por vestiduras similares a las que posee su cuerpo más denso, en descanso dentro de la tienda en tierras de la tribu. Es de esta manera, pero pudiera ser de cualquier otra con la que su imaginación le hubiese provisto. Porque de ese material están esas prendas constituidas.

De pronto percibe que Alguien ha decidido acercarse, se lanza desde lo alto del magnifico ciprés que le sirviera de mirador y, con toda naturalidad, apoya suavemente sus pies sobre el suelo.

Los hombres se saludan con un intercambio de afectos, lo emocional es característico de este sitio. Alguien desea ser acompañado a la tierra donde moran sus ancestros. No cabe en su ánimo otra intención que la de servir de guía hacia lo que es su costumbre y fuente de conocimientos. No obstante, con ello solo se reafirmaría una situación en uso. Volverse hacia lo cotidiano e identificarse, una vez más, con un contexto conocido no le ayudaría a trascenderlo. El maestro calla, no desea ofender a su discípulo. Él sabrá de esto por propia experiencia, solo es cuestión del “necesario” tiempo.

El pueblo mapuche posee una elaborada cosmovisión, afirman la existencia de siete planos o mundos de vida. Los cuatro superiores alojan a espíritus benignos, energías positivas, y a sus ancestros, allí es donde los visita el machi en busca de instrucción y consejo. Ahora bien, siendo esta la única fuente de donde sorber esta enseñanza y, visto que los mentores recurren a sus propias experiencias como caudal de entrega, esta misma es por fuerza limitada y recurrente. “Lo que no evoluciona no se desarrolla. Como nada es estático, lo que no se desarrolla involuciona, o avanza y retrocede en el mismo camino de ida y vuelta, pendulando ante una igualdad de fuerzas alternadamente opuestas”.

Alguien ha debido esforzarse para llegar al nivel en que se efectuaría su cita, más allá de donde suele hacer cima, esto bien lo sabe su maestro quien ex profeso eligió “el sitio”. Fue necesario ese ascenso, pues de esta manera aumentó su régimen vibratorio, haciendo más sencillo el próximo paso que deberá efectuar como parte del aprendizaje a que está destinado.

 

Un terrible respingo sacude al cuerpo del chamán al regreso de su particular viaje nocturno. Instantes más tarde deja su lecho de piel de oveja y sale al bosque. Necesita recordar toda su experiencia, no fuera que se le olvidara o confundiera al despertar con una simple ensoñación.

Él había inquirido sobre sí mismo esperando palabras que lo confirmaran en su presunción de quién suponía que era. Quizá una descripción algo complicada acerca de su origen y los motivos de Nguenechen para hacerlo tal y como se veía y, talvez, el porqué de esas capacidades para enseñar a su gente y trasladarse al mundo de los muertos durante el sueño.

Huente no había despegado los labios para dar explicación ninguna. Ni siquiera se molestó en advertirle que no irían a tierra de los antepasados, simplemente lo proyectó hacia una antigua escena en la que Alguien, aún siendo en parte lo que allí era, todavía no había alcanzado su actual medida. Ese ser, que luego se convertiría en él, no tenía luz alguna en su ropaje de la noche y carecía de cuerpo en el cual despertar en el día.

Alguien se sintió muy confundido con el cuadro ante sus ojos. Huente, sin emitir sonido, le estaba informando que pronto sabría la respuesta de lo que fuera su consulta, pero solo de cómo había llegado hasta el presente.

El futuro contiene solo diferentes líneas, elecciones que son posibles alternativas de las que podrá, o no, hacer uso según sus previas decisiones. De idéntica forma que, a través de sus decisiones, llegó al presente, pudiendo haber sido cualquier otro el resultado. Todo esto, claro, siempre desde el momento en que le fue dado tomarlas. Antes de eso solo se asciende en la escala respondiendo a cierta automaticidad evolutiva. Aunque la embrionaria voluntad pueda contar con alguna pequeña participación en el asunto, aún no se ha producido la individualización del espécimen, etapa en la cual esa voluntad se ha de desarrollar.

El Alguien que poco más tarde contemplara su propio desenvolvimiento a través de las eras, solo es una toma instantánea dentro de la interminable cadena de sucesos de su vida. Así fue comprendido por el destinatario de todo este esfuerzo didáctico, quien contenido por “algo invisible”, logró sortear exitosamente el torrente emocional que pugnaba por inundarlo.

Este ejemplar humano, al igual que la gran mayoría de sus semejantes, se encontraba envuelto por los mantos de su personal capullo de creencias. Suponiendo, ilusoriamente, que ese pequeño universo, constreñido dentro de un heredado paradigma, conformaba la mayor información acerca de la Totalidad, y que solo le restaban algunos pasos para ver de frente su luminoso rostro.

El comenzar a conocerse siempre conlleva el riesgo de caer de bruces sobre la realidad de nuestra propia pequeñez.

Aún en presencia del tiempo de estío, el espíritu del frío se retira provisoriamente a las alturas, solo para volver en las noches recordando al hombre su supremacía en estas latitudes. Bajo una abrigado makuñ, Alguien, desde una mayor comprensión, contempla por vez primera el firmamento cuando Huente se le acerca.

Sentados sobre grandes piedras, los dos hombres permanecen silenciosos. -Huente siempre está en silencio- , pensó Alguien, -no recuerdo como es su voz-. En ese momento se ve capturado por la imagen de la escena en que ambos se conocieran.

 

Cuando uno se siente atraído por el canto de un ave que suena a lo lejos, deseará saber sobre el pájaro. Luego, observar sus colores, conocer donde anida, sus costumbres. Porque de esta manera lo está reconociendo como partícipe de su vida. Partiendo de una afinidad, de un gusto, se incorporan factores que fueran externos al permanecer en el terreno de lo ignoto, incorporándolos más tarde, al descubrirlos.

Alguien, quizá por su propia formación en el campo de lo metafísico, tenía buen oído para percibir los trinos de esas aves que, desde la espesura de nuestro desconocimiento, nos alientan a seguirlas con la promesa de sorprendernos con el adorno de su raro plumaje.

Siendo el sacerdote de su tribu, no le era posible discutir sus inquietudes con nadie más calificado. Se esmeró en llevar sus cuestiones a través de la bruma que separa los mundos para presentarlas ante los ancestros. En un desatinado intento pretendió que estos llenaran ese vacío de conocimiento que le hacia ver la vida como un miserable trozo de algo mucho mayor que, sabía se encontraba fuera de su radio de visión, no obstante pertenecerle.

¿Cómo describe un hombre el sonido que su alma ha escuchado? Quizá la falta de solvencia del expositor, tal vez la limitación de los consultados, lo cierto es que Alguien no logró saciar su anhelo. 

Días más tarde, en su cuerpo de la noche, escaló la más alta posición que lograra hacer suya en esta vida, y desde ese hito, juntando deseo y emoción, oró a Nguenechen pidiendo comprensión. Este esfuerzo, luego de muchos años de interno cuestionamiento, alcanzó finalmente el peso requerido para precipitar los acontecimientos. Siendo esto, y no la segunda persona de un dios externo, el motivo de su logro. El discípulo está dispuesto, el maestro llegará oportunamente.

 

Pronto se encontraron sin verse, sin nombres ni títulos. Solo una energía respondiendo a otra.

Llegado el momento un semejante “pide aquello que necesita”. Otro semejante, con la semejanza de todos (al Único que en Todo se asemeja), es enviado a entregar lo que su capacidad le permite dar.

El que brinda su tenencia, lejos de disminuirla con el acto de prodigar, se ve saciado por la misma ley a la que está obedeciendo. De forma tal que toda la creación se potencia con el intercambio entre sus partes.

La energía con mayor frecuencia de onda, eleva por vibración simpática, a su hermana deseosa de así hacerlo. Pero esto, que seria más sencillo para ambas si tuviesen “radicación” en composiciones menos densas, se debe realizar desde abajo hacia arriba; aunque la comunicación se efectuara por vía sutil.

Cada conciencia establecida sobre nuestro tiempo físico, debe partir desde este sitio para la obtención de nuevas dimensiones del saber. Con los consiguientes rituales de deseo, interés y voluntad a desarrollar sobre suelo de este mundo.

La cita quedó acordada. En algún momento, Quiñeche (Alguien) tendría como Pelum (huésped) en la rehue (comunidad) a un anay (amigo) conocido en otro villmapu (mundo), Quien vendría respondiendo a su pedido de ayuda, con el beneplácito del nidol (autoridad) de la tribu.

 

La voz de Huente pareció salir desde dentro del mismo bosque que los rodeaba. Alguien se sobresaltó, no esperaba que su mentor le hablara y el sonido le tomó desprevenido. -Será que me he acostumbrado a percibir sus palabras como si fueran parte de mi conciencia- se dijo, mientras trataba de tomar el significado de ellas por el eco remanente que aún vibraba en el entorno.

-Se ha contestado tu pregunta-. Huente, como solía hacerlo, miraba hacia lo alto, luego calló aguardando la opinión de Alguien.

El machi no lograba aún extraer una conclusión de la extraña vivencia. No obstante podía apreciar claramente que solo la voluntad de Nguenechen hacia posible que él tuviera la extraordinaria oportunidad de contar con un “prestatario” del poder de mostrar lo que está vedado a la mayoría de los mortales. La trama cósmica, deshilando el tejido de los acontecimientos, para explicarse por sí misma.

Mientras agradecía Al Supremo por esta dispensa, logró extraer del torbellino de sus pensamientos, aquello que más deseaba saber como consecuencia de lo recientemente aprendido. No sea que Huente partiera en la mañana y quedara desperdiciado este don que le había sido otorgado.

-Esta noche- dijo, -me he visto navegando el río de mi vida. Comprendiendo que al final de su largo recorrido, el curso de agua que me representa desembocará en el océano a donde todos iremos a dar, cada uno a su tiempo. Dime Huente ¿como saber donde se encuentra la naciente de ese arroyo que hoy es río y mañana será mar? ¿Dónde la energía de Nguenechen se hace visible al ojo del hombre, donde se convierte en materia y pasa a integrar este mundo en que ahora estamos?

Escuchó el suspiro de Huente mientras este, alejándose del lugar, le decía -te tomará hasta la próxima noche asimilar lo que hoy has visto, las construcciones duraderas se asientan sobre terreno firme. Deslízate sobre el tiempo, nuestra estructura conciente responde a su ritmo, no intentes comprimirlo pues estarás edificando tu conocimiento sobre bases endebles -.

Alguien volvió a su catre habiendo comprendido el mensaje. Ahora también sabía que su maestro no partiría hasta que él estuviera listo.

 

El lonco de la rehue había tenido una visión durante esa noche y en la mañana llamó a su machi para saber del mensaje en ella contenido. Alguien, en su papel de maestro, le hizo saber que las aves de colores, vistas en su sueño, así como el rumbo que llevaban presagiaban una nueva época para la tribu. En la que los cambios serían importantes y altamente positivos para su gente.

 

Huente parecía estar orando en el momento en que Alguien se presentó en su tienda. Se encontraba con los ojos cerrados, sentado sobre su manta ante el fuego y casi no respiraba. Permaneció así largo rato, luego, sin levantar los párpados, saludó al visitante se incorporó y comenzó una extraña danza con movimientos similares a de un puma al acecho. Se movía lentamente, pero de una forma tan armoniosa que Alguien quedó fascinado, a poco se hizo notorio que a medida que el danzarín ejecutaba la coreografía una tenue luminosidad se intensificaba alrededor de su cuerpo. Finalmente juntó las manos, agradeció con una inclinación de cabeza y volviendo a su improvisado asiento, respiró profundamente disponiéndose a hacer entrega de lo que se le había solicitado.

-Dime Quiñeche, ¿qué haces para curar a quien acude a ti molesto por...digamos, una jaqueca?

Bueno, -contestó el aludido- en primer término se debe tratar al espíritu que esta fastidiando a la persona. Para esto se realiza... Huente le interrumpió, -¿Le provees de algo para ser ingerido?-.

Obviando su explicación, el machi asintió con un movimiento de cabeza, confirmando enseguida que entregaba al afectado un brebaje de su preparación, producto de puntuales procesos efectuados en determinadas partes, según el caso, de plantas de la zona.

¿Que características posee esa bebida que ayuda a curar el dolor? La pregunta confundió a Alguien, quien durante unos instantes no supo que responder.

-Existen plantas para el bien y plantas para el mal- dijo finalmente, algo inseguro como esperando ser interrumpido nuevamente. Con un leve movimiento de cabeza, Huente lo alentó a continuar.

-Yo conozco la índole de cada una de ellas, es parte de mi trabajo, puedo encontrarlas y realizar preparados que ayuden a mi gente- concluyó.

Huente parecía satisfecho con la respuesta, y volvió a interrogar a su discípulo.

-¿Debes creer en eso que tu llamas “índole” para que la mejoría se produzca?

-El poder que ella contiene opera por si mismo, tiene su propia fuerza. Pero no obstante eso, he podido comprobar que si la persona que hace uso de la medicina confía en que se aliviará con su toma, entonces sanará más rápidamente-.

Cualquiera que hubiera sido el punto al que Huente quería arribar, parecía que se estaba acercando a él.

Veamos Quiñeche, ¿que forma dirías que tiene ese poder?

El aludido, con la vista perdida en la oscuridad de la noche, respondió lentamente, como buscando las palabras que hicieran posible esta explicación.

-Mira Huente, no se trata de algo con forma. En realidad, según me lo hubo enseñado mi maestro, es un elemento que aún siendo parte del vegetal, no lo es en su cuerpo físico, y como en cada especie tiene diferentes características, con su nombre lo denominamos. En otras palabras, el que actúa es el espíritu de ese tipo de planta-.

-¡Tenemos aquí dos cosas de suma importancia!- se exaltó el maestro- Toma debida nota de la primera, que es la respuesta a tu pregunta, en cuanto a la segunda, luego hablaremos de ella.

-Mucho se dice sobre el comienzo de la creación –continuó-. De hecho cada cultura tiene su propia versión relativa a ese evento. No obstante “esa creación” no tiene un punto de partida y sigue vigente en cada acto y pensamiento que se produce. Dentro de la concepción espaciotemporal en la que vivimos, nos es sumamente difícil concebir algo que no tenga un principio y su consecuente fin, porque ese concepto de falta de causa y efecto excede ampliamente nuestro ámbito. Lugar en el cual todo “rebota”, pues cada suceso está concatenado con el que lo precede y con el que ha de sucederlo. Es como plantarse en un punto cualquiera de una línea y saber hay uno delante y otro punto detrás. Pero esta línea no nos parece tal, sino un segmento, una porción con principio y un final. Ahora, tengamos en cuenta que, si existe una porción, es porque se cuenta con un “todo” del que esta forma parte. A su vez, ese “todo”, al contener el absoluto de lo existente, no puede ser sino dentro de si mismo, formando parte de cada cosa y cada cosa siendo de él en una parte. Todo acontecimiento sucede dentro de esa creación. Aunque dentro es un término incorrecto para la expresión buscada, por cuando su enunciación presupone la existencia de otro “territorio” fuera de sus límites, y la creación no tiene fronteras ni nada que no contenga. Al no tener comienzo nada hay anterior, y no puede haber algo posterior desde el momento en que lo venidero indica un tiempo “por venir”, y ella es, también, ese tiempo.   

Cada energía que asciende a un nivel superior esta trascendiendo su supuesta génesis (que no es otra cosa que el comienzo de una nueva etapa), evidenciando la continuidad del proceso.            

Dentro de lo que se denomina “microcosmos” existe la presencia del elemento base, sobre el cual se indaga en busca de la primigenia expresión de la materia. Esa al menos hubo sido la manifiesta intención de los científicos que se lanzaron a esa investigación.

Luego de largos años de paciente y costosa indagación, estos buscadores lograron encontrar esa partícula que tanto deseaban. De ese hallazgo surgieron algunas cosas por demás sorprendentes y que significaron un salto formidable en el conocimiento racional de la raza.

Sucede que una vez que lograron aislar ese cuerpo de indescriptible pequeñez, intentaron estudiarlo en sus imponentes laboratorios. Notando, con la sorpresa del caso, que el comportamiento del objeto respondía, no a un patrón posible de establecer, sino: (y esto es lo realmente notable) ¡a la expectativa del investigador! En otras palabras, “algo” de ese ser que se encuentra observando influye en el objeto bajo análisis, de manera tal que se hace imposible sentar pautas predecibles sobre su posible proceder. Esto desde el momento que, aparentemente, no posee una “voluntad” propia, sino que responde automáticamente a la de la mente que con él se vincula.

Solo para simplificar he hablado de partícula, no siendo esto totalmente cierto. El elemento al que nos estamos refiriendo puede ser una partícula, pero también una onda. Más claramente, es materia, si como tal de él se piensa, pero igualmente puede ser energía, ante una mente que así lo crea. Mudando, una y otra vez de idiosincrasia, según se espere, con intención o sin ella.

Debo dejar en claro que esta es una explicación sumamente parcial del fenómeno en cuestión. Cuyo alcance es, en mucho, más complejo y requeriría una exposición que excede las necesidades del caso. A solo titulo de demostrarlo, te diré que la materia, en cualquiera de sus presentaciones,  no es otra cosa que energía que, para este caso, posee los atributos de ser perceptible.

Bien Quiñeche, siempre vida, vida en materia densa o en materia sutil. Si lo deseas, la más pequeña expresión de ambas, y es allí donde se juntan, o se separan. Es el punto de partida hacia uno u otro sector del espectro.

Tenemos “algo” que puede ser partícula u onda de acuerdo a lo que la emisión de un ser más evolucionado le sugiera. Esto amigo mío, no es otra cosa que ¡creación! ¡Claro que con los materiales ya existentes!

Nguenechen, para usar el nombre que te es más familiar, es el poder de ordenar, en una determinada disposición de constante modificación ascendente, la sustancia básica universal, “el barro cósmico”. Lo hace en función de una planificación previa, que se plasmará en respuesta a su orden mental, al poder de su pensamiento. Y esta es la segunda cosa importante surgida de tu exposición.

La mente de cada uno (mente y no cerebro) es una copia a escala de la Suya. Somos una parte, ínfima por cierto, del mismo Creador. “Imagen y semejanza”, a Él nos asemejamos siendo el poder que usamos, el único que existe, el Suyo.

Todos poseemos ese don en distintos grados de desarrollo. El enfermo que piensa que su medicamento lo puede sanar, está potenciando la capacidad curativa intrínseca del remedio, llamando a su cuerpo a recuperarse. Pero, el que está absolutamente seguro de su curación, ese no necesita de ningún preparado que le ayude a hacerlo, pues “con su fe se ha sanado”.

Existen ciertos postulados universales, que son leyes fundamentales ordenando el proceder de toda vida, lo sepa y acepte esta, o lo ignore y reniegue de ello. De los cuales aquí hemos mencionado solo uno, que afirma que “El universo es mental”. En consecuencia, quien sea capaz de notar que sus pensamientos predisponen a la materia para que los imite, hará seguramente un buen uso de estos.

Según afirma la ancestral sabiduría, “los” universos son un pensamiento en la mente de su Creador, siendo su energía lo que los sustenta y hace posibles. Nosotros, que no somos el pináculo de esa creación, formamos parte de ella. Pero, destinados a ser algo superior estamos provistos de cierto poder de elección, el libre albedrío. Y es por eso que, en medio de la confusión en que nos hemos sumergido, debemos ser muy cuidadosos con nuestras elecciones. Con todas ellas, pues no hay horarios para actuar de una forma y otros para una opuesta. “Lo mismo en casa que en la caza” se dice por ahí-.

Alguien observaba radiante a su circunstancial maestro. Estas cosas eran las que él penaba por conocer. Las respuestas de Huente excedían en mucho a sus mayores expectativas. Bajó la vista, y por unos instantes oró agradeciendo esta maravillosa oportunidad de obtener conocimiento.

La admiración que sentía por su instructor, crecía en relación directa al caudal de información que este le brindaba. ¿Sería que Huente poseía todas las respuestas? Ahora comprendía porqué permanecía callado cuando era menester para la calidad de la enseñanza, y como en estos momentos se había explayado abundantemente porque así a ella convenía.

La mirada de Huente sondeaba la mente de su absorto compañero. De pronto se incorporó y cambiando la inflexión de su voz tomó nuevamente la palabra, en tanto caminaba de un lado a otro presa de cierta inquietud.

-No Quiñeche, no debes confundir el cauce con el río. El conocimiento que uno puede acumular es realmente muy pequeño y se asemeja a una semilla que germinando se transforma en árbol, solo para ver la luz del sol. Ese saber es nada más que el disparador de la necesaria seguridad que hace posible la conexión mediante la cual se transmite una superior enseñanza. Todo lo que te he explicado en esta noche, hubo salido de mi boca en camino hacia tu oído, porque a él estaba destinado, pero viene desde más allá de ambos. Gracias a ti, yo de esto también he aprendido-.

 

Uno puede ser discípulo aún en el papel de maestro, y viceversa. Ora mendigo, ora benefactor, positivo y negativo, negro y blanco, luz y sombra, materia y energía, solo porcentajes en papeles complementarios y alternantes de la obra de la vida.

Alguien no volvió a su vivienda sino hasta el amanecer. Debió repasar cada dato, cada giro de la enseñanza de esa noche. Las fronteras de su percepción se estaban mudando cada día más lejos y era menester dejar orden en tierras de la nueva conquista.

Ya alto el sol de la mañana, salió al encuentro de las gentes que sentadas en su patio aguardaban pacientemente.

Al machi, figura polifacética de la sociedad tribal, no se le molesta, y si uno necesita algo de él, simplemente espera su aparición.

Alguien, con ropajes femeninos, debió luchar ese día contra fuerzas que habían saltado las barreras que separan al mundo del hombre del de los Caftrache. Esos seres malignos que habitan el séptimo estrato. Sus sueños le pusieron al tanto de esta invasión, advirtiéndole de la presencia de estas entidades de las sombras que, sintiéndose molestas por la mayor luminosidad que se hacia notoria en la rehue, buscaban crear el suficiente temor como para lograr la vuelta al anterior estado de cosas. Recuperar aquello que temían perdido, su porcentaje dentro del sistema.

El machi se preparó concienzudamente para dar batalla a la patrulla de los enanos del submundo. Los invasores se estaban manifestando por medio de dolencias físicas y psíquicas afectando a los pobladores de la aldea. De ahí el uso de su atuendo, esta parte de su arsenal representa a los aspectos femeninos de la tierra y la naturaleza.

Si bien el defensor antaño hubo mantenido algún contacto con estos entes, nunca tuvo que vérselas frente a frente con tan desagradable contendiente, no obstante lo cual contaba con el conocimiento y los elementos necesarios para dar buena batalla. Pero, lo más importante era que ahora sabía que la sola seguridad de vencer le proporcionaría el ansiado triunfo. “La mente es quien ordena a los acontecimientos como resolverse”, había dicho Nguenechen, por boca de Huente. Por consiguiente esta sería la más elevada verdad que llegara a su vida y, por cierto, muy oportunamente.

Al atardecer de ese día que pasaría a la historia de su pueblo, el machi Quiñeche, victorioso luego de la contienda, dirigió la ceremonia de agradecimiento a Nguenechen y las fuerzas que se alistaron de su lado. Cuando todos estaban entonando cánticos sagrados, reunidos en torno al fuego purificador, por un instante el anochecer se cubrió de una maravillosa radiación de luz.

Un alma estaba recibiendo una medalla dorada por una buena labor que, por medio de su manifestación en este mundo, había realizado.

 

Esa noche, noviembre pareció recordar que él es primavera en este hemisferio. Los amigos reunidos frente al lago observan extasiados como la mera reflexión de luz que envía la luna, se transforma en poesía al descender sobre un paisaje amojonado por los altos cerros, todavía nevados, y decorado por la vida vegetal de antiguos bosques de cohiues, lengas, radales, ñires y cipreses.

Alguien, sensibilizado por el imponente espectáculo, recitó en voz baja un viejo poema de su tierra: “Algo grande, algo cósmico, ocurre cuando la luna llena, durante las noches serenas, se refleja sobre el espejo del gran  lago.

Algo  se  modifica  en   el  ambiente,  algo distinto  vibra en el paisaje.

Todo  sutiliza  su  propia esencia y libera un mensaje secreto con destino al alma del  hombre. En tanto yo, siento con tristeza que aún no logro recibirlo, solo alcanzo a tocar su maravilla con la punta de los dedos”.

Huente posó la mano sobre el hombro de su acompañante y le dijo: -Qiñeche querido amigo, has apurado muy deprisa la copa que se te ha servido, y muy rápido se ha llenado con nuevo contenido para que continúes tu libación. Debo decirte que todo se da solo en la medida en que pueda ser recibido, ni una pizca de más, ni de menos. Pareciera que en estos días has corrido velozmente por el camino en que antes solías andar paso a paso y, en alguna medida, eso es cierto. Pero, sucede que esa velocidad que secuencia los acontecimientos, es el producto del caudal de deseo y pensamiento acumulado en tu haber. Durante siete años has llamado insistentemente a las puertas del saber, y esta es su consecuencia. Ahora se ha abierto una pequeña hendija por la cual se cuela una intensa luz, iluminando un ángulo de esa zona de sombras que aspiras trascender. Ten por cierto que esta entrega se realiza en respuesta a un anterior pedido, y que si bien cada porción de claror que ingrese a este mundo a todos nos beneficia, eres el primer destinatario y “administrador responsable” de la misma-.

Luego de una pausa Huente continuó diciendo –Hoy has debido medirte con fuerzas opuestas a la dirección que llevas, las que lejos de poder apreciar la capacidad que otorga la evolución, intentaron recuperar el espacio que están destinadas a resignar luchando con un armamento que para ti, ya es obsoleto. Existen varias razones por las que has salido vencedor en esta lid, pero en lo que a tu persona atañe, el buen empleo de ese recién adquirido conocimiento hubo sido definitorio. Se te ha  sometido a un examen de vuelo inmediatamente después de crecidas las alas. Me complazco en tu éxito, y si bien hubiera podido proporcionarte ayuda, debí abstenerme de brindártela, pues con ello se habría garantizado el triunfo, pero arruinado tu intento, al llevarte yo en mi mano.

 

Absolutamente nada en el lugar parecía indicar que allí había habido una tienda de campaña, un fogón y un montón de leña seca. Ningún indicio de que un hombre vivió, cocinó, danzó, aprendió  y enseñó durante algunas horas en ese sitio. La gente de la tierra tenía por seguro que un espíritu benéfico estuvo visitando su aldea.

Doscientos años más tarde, el pueblo mapuche seguiría narrando la historia de Huente, el enviado de Nguenechen quien viniera poco antes del gran cataclismo, por cuya intervención el gran machi Quiñeche logró desarrollar mil cuerpos con extraordinarios poderes, derrotando así a los habitantes del submundo, quienes habían cruzado las fronteras para enfermar al hombre con terribles pestes, como la soberbia, la avaricia, la gula, la lujuria, el odio y la envidia, dando por tierra con su afán de conquistar este hermoso mundo y llenarlo de las penumbras en que ellos viven.

 

Uno, debe alejarse de este extraño lugar donde aún existen las sombras. Sombras que nacen como efecto de haberse interpuesto un objeto cualquiera ante su única fuente de luz.

Con buenas intenciones algunos trepan hasta la meseta, donde la ilustración evita a todo cuerpo que se interponga. Para, observar luego con desencanto, la metafórica y excluyente labor del sol. Ya no hay donde ascender, y bajo cada pie, todos proyectan... su sombra.

El error consiste en insistir en el vano intento de deshacerse de la oscuridad.

Uno, se aleja comprendiendo por fin, que ya no es “uno”. Qué la verdadera irradiación surge, espontánea, ante la liberación de la vida que “es” en la materia ¡Y esta se hace luz! Y Todos somos esa luz

“Y vendrán luego mil años de luz. Aún dentro de las otrora oscuras cavernas, ella reinará”

 

Uno es convocado a mudar de radicación. Para esto solo basta un llamado, ya no debe ser compelido a dejar su aspecto visible de este rango vibratorio. Simplemente lo abandona, como ya lo hiciera tantas veces antes, solo que en esta oportunidad no volverá a valerse de él.

Es un nuevo paso, aunque más sencillo y gentil que los tantos que hubo de caminar sobre este suelo. No debe ser de otra forma. El ingreso fue doloroso. Ese es un legado de la estirpe humana.

La partida, hacia un estado “solo algo” más permanente, es un lance dichoso que, tal es festejado desde el otro extremo del corto puente, así debió serlo en este; siempre.

El apego hace que el niño intente retener el instrumento. Sin considerar que le hubo sido dado en préstamo, y solo para que pueda aprender con su uso. El apego traslada el amor, modifica su dirección y lo desvirtúa.

Efímera alocada ilusión, que concluye en el dolor. ¡Y los semejantes acostumbran a aceptarlo!

“El dolor es el último recurso del amor para ser escuchado”

En el sendero del saber no existe el adiós. Allí no hay tiempos que concluyen, sino secuencias de algo infinito.

 

 

 Pasos, solo eso. Avanzando o volviendo sobre lo ya andado. Es en la experiencia de los pasos que sumamos camino hacia nuestro próximo destino.

¿El final?.

 -“La creación”-dijo Huente, -“no tiene un punto de partida y sigue vigente en cada acto o pensamiento que se produce. Dentro de la concepción espaciotemporal en la que vivimos, nos es sumamente difícil concebir algo que no tenga un principio y su consecuente fin..-”. Aún.

 

                                                                                    Filemón Solo.

 

 

 

Anay: Amigo

Caftrache: Hombres enanos malignos que habitan en un mundo subterráneo (último de los 7 niveles)

Huente: Encima, en lo alto.

Quiñeche: Alguien

Machi: Curandero, médico, maestro

Makuñ: Poncho

Nguenechen: Dios

Nidol: Autoridad tribal

Pelli: Alma

Pelum Huésped

Rehue: Comunidad

Villmapu: Mundo